Joaquín Ramos López
Joaquín Ramos López es abogado, vicepresidente de la Comisión Séniors del Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona (ICAB) y autor del blog Mi rincón de expresión.
… saber más sobre el autorJueves 6 de junio de 2024
2 minutos
Ayer murió mi pájaro. Periquito azul de 5 años. Juguetón y con carácter. Testador de menús caseros. Crítico ruidoso ante la tele y fervoroso amigo del móvil. Nos conocía a todos de casa y creo que nos entendía. Sin ser manso, accedía a nuestros mimos y encajaba bien mis regañinas.
Fue un regalo de mis nietos para asociarse a mi viejo afecto por esos pájaros. Deriva de mi infancia, cuando tuve una bonita Pitita verde, que emparejé con un bonito macho azul y criaron descendencia que repartí entre amigos.
A Plumitas le gustaba casi más estar fuera de su jaula que en su interior. Se acostumbró pronto a salir, merodear por la cocina y entrar a su refugio -nunca encierro- por cualquiera de sus dos puertas. Su casa, donde además de sentirse seguro, se convertía a menudo en un jolgorio juguetón, tanto dentro como en su terraza exterior. Y nos divertía a nosotros.
Sí, tenía sus juguetillos colgantes, sus amiguetes pacíficos y muy parados. Y picoteaba con fruición a un par de personajillos que se resistían a sus tanteos, pero no parecía molestarles. Le encantaba salpicarse de agua y ensuciarse en cualquier parte, debía parecerle su particular prueba de libertad de expresión.
Glotón natural de mijo, degustador de todo tipo de platos y copartícipe de las raciones familiares, tenía especial predilección por la lechuga, no muy verde y lavadita, sin hacerle ascos al suave aliño de la ensalada. Rechazaba la fruta y las galletas y le encantaba el pan. Sobre todo si se lo daba desde mis labios.
En sus paseos exteriores, largos y extensos, sobre el piso o la mesa de la cocina, más frecuentes que sus vuelos, rastreaba y, si le gustaba, engullía microscópicos alimentos, más a gusto que los cereales enmelados en esos palos de comer que se cuelgan del techo de las gavias pajariles.
Se nos hizo viejo. En su último tiempo, le costaba subir desde el suelo y buscaba la zapatilla de sus gigantes amigos para subirse y dejarse elevar hasta la puerta de su casa. Dentro, usaba la escalerilla de madera interior para ascender a los palos de descaso y duermevela, tras la visita al comedero.
Y se nos ha ido en silencio, tras días de no piar y mostrar el vencimiento de la debilidad corporal y, quiero creer, el cansancio de vivir. Hasta siempre Plumitas.