Joaquín Ramos López
Joaquín Ramos López es abogado, vicepresidente de la Comisión Séniors del Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona (ICAB) y autor del blog Mi rincón de expresión.
… saber más sobre el autorJueves 21 de diciembre de 2023
3 minutos
Jueves 21 de diciembre de 2023
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Venimos y estamos subsumidos en un mundo globalizado y, respecto de importantes aspectos de la vida social, otro de ámbito particular nacional, subsistiendo así dentro de un envoltorio cáustico que nos aborrece soportar.
Desde esta contrariedad, fruto de la pérdida de estímulos y satisfacciones bien adquiridas, estamos comprobando a diario una suerte de despropósitos respecto de órdenes y sentido de la vida en común deseables, que confunde y hiere a las buenas voluntades.
Por eso creo que la mayoría de biempensantes anda chamuscado en conciencia y deseando, o sea invirtiendo en ilusión, cambios y/o mejoras con que revertirla.
Y nunca mejor que ahora, en estos días finales del año, apostar a todas las suertes asequibles, algo más que algunos gramos de esperanza y optimismo, en que nos toque algo positivo en breve.
Puede ser la Lotería del Gordo, la del Niño, el sorteo del Cupón y otras rifas especiales de clubes o tómbolas escolares y comerciales, tan abundantes en la época navideña, cuando parientes, amigos y compañeros de trabajo nos apremian con sus talonarios de boletos.
Sería también aventurar en la confianza, por esa tradicional fantasía ancestral de pedirle algo a los Magos de Oriente que, al dejarles juguetes a los niños, nos traigan a los mayores un mejor trabajo, incremento de la pensión y un mucho de salud y paz social.
Total, todo por poco dinero y mucha, muchísima ilusión, aunque lo digamos con la boca pequeña y presumamos, con gran credibilidad, que la suerte es muy escurridiza y desconcertante, ya que toca sólo a los nacidos con estrella.
Apueste Ud. y dele a la rueda que gira en busca de ese deseado premio que merece. ¿Quién no apetece tener mejor suerte, sea ya alguna la que disfrute? ¿Quién no ha de buscar una, si no tiene ninguna? ¿Quién, por demás, renuncia a ser mejor tratado?
Todos queremos más, nos dice la popular cantinela; de lo bueno, claro está. Aun siendo conformistas, a todos nos gusta el progreso y todos aspiramos a ser mejor reconocidos por la suerte de vivir.
A veces ocurren cosas que, sin depender de nosotros, nos las encontramos, decididas por políticos o jefes, que nos sorprenden negativamente, por creer que no nos las merecemos ni hemos hecho nada que pueda ser su causa y, encima, hechas por la espalda. Y nos preguntamos ¿por qué nos está abandonando nuestra suerte?
La miseria de las decisiones interesadas de grandes operadores económicos, las posturas individuales desaforadas, la soberbia de la superioridad de una gobernanza política impositiva y desleal, arruina las suertes anteriores y nos desprecia como seres humanos.
No son tiempos de mucho confiar, sí lo son de ponerle fe a la razón de que sean mejores. Solo esa verdad racional puede favorecer que los avatares que nos depare un nuevo año, supongan sustituir dudas por evidencias de cambio. Retomar las buenas sensaciones.
Sin engañarnos, siendo cautos, esperando pueda normalizarse la cordura de las prioridades sociales, la restitución de los valores, la minoración de la codicia política, la apuesta por el porvenir con ayuda del trabajo, de la creatividad, del respeto colectivo y del reencuentro con el bien común en igualdad para todos.
Bienvenida la cautela, pues, sea preventiva o astuta. Apliquemos nuestro interés como parte integradora de la colectividad a la que pertenecemos, invirtiendo en reflexión y ganas en un mejor entendimiento. Aventemos a los agoreros y no nos olvidemos de corregir, de echarlos lejos, a los que enredan nuestras meninges.