Joaquín Ramos López
Joaquín Ramos López es abogado, vicepresidente de la Comisión Séniors del Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona (ICAB) y autor del blog Mi rincón de expresión.
… saber más sobre el autorLunes 13 de diciembre de 2021
3 minutos
¡Qué respiro! Ya hemos pasado el black Friday y su repicón el cyber Monday. Por fin –o de momento– obtenemos un poco de sosiego comercial para nuestra vista y oído.
Veremos si mucho, porque tenemos encima la precampaña navideña y asusta pensar en la invasión de nuestros hogares de imágenes y consejos de sobrenaturales perfumes y silencios clamorosos de coches eléctricos en oferta especial.
¿Qué sería de nosotros, todos, sin la publicidad? Esa ciencia, arte o técnica, según preferencias, que en ayuda o con venial trampa, nos acogota gusto y gasto a diario y de la que nos sentimos siervos de señores dominadores del preciso consumo y gaseoso bienestar.
Algo sé del tema desde que estudié con el libro Publicidad Combativa (Ed. Labor, 2ª Ed, 1.959) una obra de apretado texto a lo largo de sus 467 páginas y con solo 4 láminas a color, cuyo autor, Pedro Prat Gaballí, es considerado “Padre de la Publicidad española”.
En los tiempos actuales los criterios y necesidades de productores y vendedores ya son otros. Nada que ver, por tanto, con la aparición de aquellas simpáticas viñetas que promovían ungüentos de crecepelos o las cuñas radiofónicas del suculento cacao soluble.
Y tampoco los deseos, expectativas, preferencias y disponibilidades de los consumidores y su conocimiento comercial o entrega al gasto, son lo mismo. Al contrario, son muy diferentes. Hoy ya no rige apenas lo de “el buen paño en arca se vende”.
La evolución habida hacia la publicidad colorista tridimensional, trepidante y ya con IA, ha sido, reconozcámoslo, impresionante, magnífica y seductora. De ahí que nos sintamos sometidos a ella.
Lo de la mercadotecnia o márketing es algo que engloba muchos ingredientes hoy imprescindibles para comerciar con éxito. Pero tengo para mi que la Publicidad, quedando dentro de aquel concepto, es su esencia fundamental.
Sin embargo elijo hoy criticar el abuso publicitario que se ha instalado en nuestra vida y enturbia algunos momentos de sencillo placer doméstico o la que trastorna inoportunamente el ritmo laboral o familiar en horarios intempestivos.
No es de recibo que se perturbe la armonía y satisfacción de las comidas con llamadas telefónicas comerciales con la excusa de ser la hora de encontrarte en casa. Comunicaciones no deseables que enrarecen el diálogo y proscriben el interés de comprar.
Resulta impertinente interrumpir un programa televisivo o pase cinematográfico cada dos por tres o, peor aún, hacerlo a 5 minutos del final, cuando normalmente pasa lo mejor, y poner 7 de publicidad. O que el presentador del programa se interrumpa de improviso y divulgue un anuncio publicitario.
Se explica bien dedicar ese tiempo para visitar el cuarto de baño. Como descaro es estar viendo una TV de pago y tener que tragarte un anuncio antes y después de la emisión. Eso es invitar al consumidor a buscar una alternativa donde ver proyecciones netas.
Luego están las campañas y sus llamadas ventajas comparativas, donde preside el precio y la pelea comercial por colocar lo mismo, sin que sirva de nada al cliente la libertad de competencia pues los productos son similares y el costo equivalente. Queda la calidad del servicio y éste no excusa a menudo al denostado monopolio.
La publicidad es la financiación de las Cadenas abiertas, y se comprende perfectamente. Pienso, no obstante, que fabricantes y publicistas deberían replantearse el modelo publicitario que se practica actualmente –cada cual en su área– revisando a fondo si su importante presencia en costes de ventas justifica ciertamente la eficiencia pretendida. Los consumidores ganaríamos en calidad general de vida y, presumiblemente, menores precios.