Joaquín Ramos López
Joaquín Ramos López es abogado, vicepresidente de la Comisión Séniors del Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona (ICAB) y autor del blog Mi rincón de expresión.
… saber más sobre el autorMiércoles 28 de diciembre de 2022
4 minutos
No me creo que haya alguien incapaz de arrepentirse nunca de algo. No digo que no sea posible que lo haga; no arrepentirse. Digo que no me cabe en la cabeza tamaña barbaridad humana.
Pienso que el ser humano, sí racional, es incompatible con serlo; ser impenitente. Es más, considero que en el arrepentimiento hay un hueco para alguna sensibilidad, si bien sea menor.
Se dice que para alcanzar algún perdón –gracia de Dios o de la Justicia– se requiere, uno entre otros, el requisito (¿la voluntad?) de arrepentirse, como se pide o pretende el propósito de enmienda (¿se producirá?)
Cuando de ordinario hacemos algo y nos reconocemos, interiormente, errados frente al deber o a la moral ¿nos sentimos arrepentidos? ¿nos disculpamos, o nos proponemos no reincidir?
El tirano, el despiadado y el criminal consciente, generalmente impíos por sus actos, llevados por la soberbia de una conducta punible, se les tiene por personas sin remordimientos incapaces de dar su brazo a torcer, de plegarse a la autoestima de su fatídico hacer. ¿También ellos podrían arrepentirse?
Arrepentimiento, perdón, culpa propia o ajena inducida, son consideraciones humanas íntimas serias y duras, siendo el intelecto el que nos faculta a administrar racionalmente su valor y alcance.
Si al arrepentimiento se le procura respuesta reparadora, estaremos ante la deseable contrición. Si sólo nos conforma sentirnos mal, puede ocasionarnos alguna infelicidad.
Sentir remordimiento no es estar arrepentido, aunque pueda confundirse. Aquel es fruto de la pena sentida al haber cometido a propósito un acto claramente indebido, que produce daño o perjuicio notorios por el que a posteriori se estima una fatalidad de conciencia y origina suplicio en el actor.
Cabe hablar de la importancia de los arrepentimientos. No es lo mismo apenarse de una sisa o el deseo de un mal pensamiento que haber negado compasión a un necesitado.
Obviamente no todas las personas valoran por un igual lo bueno o no de sus actos respecto de los demás seres de toda especie. Es lógico que determinadas conductas, aun compartiendo su calidad, puedan tener la opción de sentir arrepentimiento, o no. La personal condición individual hará de filtro.
Sí parece natural que un acto terrorista con víctimas, decidido para provocarlas y obtener así, de forma espuria, objetivos descaradamente criminales, donde es imposible hallar justificación razonable, sea repudiado por toda la comunidad y al autor negado cualquier beneficio legal si no prueba estar arrepentido.
El arrepentimiento, si falta, debiera poder ser exigible. No es de recibo para el colectivo popular, que se ve perjudicado por sus gobernantes de forma repetida por sus decisiones contrarias al orden social y económico de un país, que no sean estos sometidos a pruebas efectivas de arrepentimiento, mediante confesión pública o denegación de un nuevo voto de confianza.
No es arrepentimiento, no ha existido su voluntad cierta, cuando se actúa con el aval de “poderse arrepentir”. En ocasiones se toman decisiones o se hacen manifestaciones con la duda oculta de no poderse cumplir o de ser fallidas y contar con justificarse con un “lo siento” a modo de arrepentimiento. Lo verdaderamente producido será un fracaso por interés egoísta, una estafa personal o social y un despilfarro a costa de otros.
Asistimos cada vez con más frecuencia a comportamientos sociales con un ingrato relajo del respeto y atención entre semejantes. Se dan también a menudo relaciones comerciales en las que el resultado esperado por estar definido difiere del obtenido y cuando crees merecer recibir una explicación te dan una excusa, pero raramente te ofrecen un gesto de arrepentimiento.
Estar arrepentido de algo sinceramente, manifestarlo así, sin ambages, y ofrecer disculpas, equivale a pedir perdón y hacerlo denota buena calidad moral. Sin embargo, despreciar el incómodo malestar del otro o intimidarle por exagerado, supone una humillante maldad.
Para la Justicia y en concreto para el Derecho Penal, el arrepentimiento tiene una lectura particular y, digamos, pragmática. No se trata tanto de tener en cuenta el factor emocional del reo, estar arrepentido o incluso pedir perdón, sino de un beneficio en forma de atenuante a restar de la pena principal correspondiente al delito cometido, como reconocimiento jurídico a su confesión o ayuda en la investigación policial del proceso.
Así pues, para bien, arrepentirse, en mayor o menor condición, según personas y situaciones, por fe o solidaridad, debemos planteárnoslo como actos de voluntad favorables a la convivencia humana y tratar de hacerlo de manera completa, de ponerle efecto a su causa y obtener el premio de la sinceridad.
¡Qué buena fecha este 25 de diciembre para sentirnos arrepentidos!