Joaquín Ramos López
Joaquín Ramos López es abogado, vicepresidente de la Comisión Séniors del Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona (ICAB) y autor del blog Mi rincón de expresión.
… saber más sobre el autorMartes 9 de marzo de 2021
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Cuando alguien comete una falta, incurre en un error o causa un leve estropicio y tales actos, honestamente, son involuntarios. No suele ser juzgado de modo peyorativo y hasta la víctima puede ser condescendiente con quien vulneró o precipitó la precaución debida.
Resulta absolutamente normal que la persona que ha recibido la molestia o menoscabo de algo, se sienta mal y reaccione según su criterio dañado. También influirá la circunstancia y momento de su ánimo. Y el lastimero causante reaccionará como mejor sepa.
Alguna vez ocurre que el afectado por la impertinencia del asunto se torna airado, o que quién le provocó el malestar no se estime pesaroso y hasta le responda con acritud. ¿A qué mortal no le han pisado en el autobús y, de principio, no se le ha fruncido el ceño?
En estas ocasiones parece muy indicado pedir disculpas y ser aceptadas, asumiéndose por ambos la fatalidad de un indeseable tropiezo. Lo contrario, que también puede darse, supondría un disgusto mal administrado y su traslado inconveniente al entorno.
Un ‘disculpa sentido’ es un acto agradable, positivo, que honra al despistado o desafortunado que ha fallado y que desea conformar al dañado. La ausencia de una frase de disculpa y su rechazo malhumorado son manifestaciones de mala voluntad social.
Hay otras ocasiones de usar la palabra disculpa o expresiones asimilables diferentes como un ‘lo siento mucho’. Me gusta y suele usarse bastante actualmente un ‘disculpe’ para solicitar la atención de alguien, para solicitar una ayuda e incluso cuando se hace para reaccionar si se es increpado. Se trata de un ‘disculpa prudente’.
Y rechazo, naturalmente, abusar de un ‘disculpa interesado’ con el que algunas personas tratan de disfrazar un deseo personal o encubrir una actuación negativa evitable, hecho con mala intención.
El hermano mayor de la disculpa es el perdón. También es corriente su uso si se trata de un mal comportamiento menor. Pienso, sin embargo, que debemos reservarlo para demostrar un sentimiento más importante: un ‘perdón dolorido’, que lo traduce en un pesar moral.
No me gusta el `perdón sensiblero’ ese que a modo de muletilla: (Ud. perdone, no es para tanto) (Perdone que no le había visto) (No me perdono haberme olvidado) (Le pido perdón, no volverá a pasar) y tampoco si es usado para tapar malas conductas que no adivinan deseo de enmienda.
La palabra perdón es grande, mayúscula diría mejor. Pedir perdón es una muestra de humildad, de reconocimiento profundo de lo mal hecho, de vencimiento ante la cobardía de un silencio culposo, de reconocimiento de la majestad de quien lo merece. Pedir ‘perdón pesaroso’ produce una sensación interior luminosa.
Reconozcamos que a la mayoría de los humanos, poco proclives a virtudes y deudores de pecados capitales a partes iguales, no nos resulta fácil siempre pedir perdón. Evitamos hacerlo algunas veces arguyendo una excusa, fabricando un inconveniente, tendiendo un puente al tiempo, minorizando el tema en nuestro interior y confieso se trata de un craso error.
¿Y que puede decirse de quien esté llamado a otorgar el perdón solicitado? ¡Qué sublime acto su concesión! ¡Qué sentida satisfacción de serle reconocida su bonhomía! Qué clara seguridad de enmienda apreciará en beneficio de una nueva relación personal más íntima.
Pida Ud. disculpas, querido lector, siempre que pueda y conceda su perdón tantas veces como merezca darlo. Por cierto, no lo minusvalore: (No hacía falta) (No se merece) (Solo faltaría) no deje de hacerlo, no le reste importancia nunca, pues la tiene enorme.
Joaquín Ramos López es abogado y autor del blog Mi rincón de expresión.