Joaquín Ramos López
Joaquín Ramos López es abogado, vicepresidente de la Comisión Séniors del Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona (ICAB) y autor del blog Mi rincón de expresión.
… saber más sobre el autorMartes 23 de marzo de 2021
ACTUALIZADO : Lunes 5 de abril de 2021 a las 16:19 H
3 minutos
Martes 23 de marzo de 2021
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En las últimas semanas hemos asistido a demostraciones de violencia callejera en importantes ciudades españolas a semejanza de similares actuaciones en otras urbes internacionales y se temen nuevos actos vandálicos semejantes en fechas venideras.
Normalmente tiendo a ser positivo en mis reflexiones y quisiera también esta vez concluir con expresiones de esa esperanza. Me intranquiliza estar convencido de que, de nuevo, los humanos volveremos –nos mantendremos– en esa iteración nuestra de ser irremediablemente violentos de vez en cuando.
La violencia en el reino animal, en general, es una agresión mediante la fuerza. En los irracionales obedece a un instinto natural recurrente por la necesidad de alimentarse, reproducirse o imponerse a la manada. Hasta ahí, salvo episodios y circunstancias propias de escasas especies, la riña o castigo sufrido se entienden.
Entre nosotros, seres conscientes, la violencia no solo es fuerza física y, por ende, produce daño corporal, sino también psicológica, generando dolor moral. Lo es dominante, cuando se imponen conductas de sometimiento. Y asimismo humillante, cuando se abusa del poder, del mando, de la posición económica.
La violencia nos disgusta porque produce incomprensión. Quién la genera ha renunciando al entendimiento y la convierte en arma de rendición en su favor. La discusión entre grupos humanos, sin ánimo de arreglo, deviene en violencia, mayor o menor.
Cualquier resultado negativo de algo que nos afecta y duele, deviene en violencia. Sí, porque hasta una respuesta hablada puede convertirse en violencia verbal; voceo, insulto. Una respuesta airada lleva a las manos. Una acción de ‘piquetes informativos’ sulfurados convierte una huelga en un despropósito laboral y un mitin político agresivo conduce a un enconamiento indeseable.
En la actualidad, el derecho de manifestación propio de nuestras democracias, así como su práctica ilegal en países totalitarios, se ha convertido en el foco principal de las violencias públicas. La población, generalmente pacífica, se ve arrollada por la actuación ‘guerrillera’ de los profesionales del vandalismo.
Hay muchas clases de violencia, tantas como adjetivos calificativos se nos ocurran para definir una situación conflictiva que produce enfrentamiento con fuerza, rebasados los límites del pacto. Tenemos violencia criminal, política, social, policial, doméstica, económica, religiosa… Además de los tipos con que se muestre. En todos los casos, sus efectos nos envilecen.
Cuando estos días pasados hemos visto los daños causados por manifestantes pertrechados de todo tipo de objetos destructores reivindicando máximas imposibles, justificando conductas ilegales o amparando acontecimientos socialmente reprochables, al común de los ciudadanos nos entristece.
Ocurre, además, que se dan evidencias de la existencia de una dirección soterrada, local, nacional, mundial quizás, que promueve este tipo de actos en, se dice, búsqueda de cambios de modelo de vida y quizás en imponer miedo para su interés.
Y mal, muy mal, vamos si desde el poder establecido de todo orden, especialmente el político y económico, líderes y competidores se criminalizan entre ellos soliviantado al personal que dominan, como se viene dando ya ese proceder.
¡Qué pobres de espíritu! ¡Qué pobres de razón! Para no darnos cuenta –no quererlo– y reconducir nuestras prioridades, cimentando la educación en la necesidad de comprendernos y compartir esfuerzos de conocimiento y conducta consciente y sobrevivir humanamente, condenando con argumentos y persiguiendo la violencia y a sus autores.
¿Usted, querido lector, apostaría algo en poder conseguirlo?
Joaquín Ramos López es abogado y autor del blog Mi rincón de expresión.