Joaquín Ramos López
Joaquín Ramos López es abogado, vicepresidente de la Comisión Séniors del Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona (ICAB) y autor del blog Mi rincón de expresión.
… saber más sobre el autorMiércoles 14 de diciembre de 2022
3 minutos
No se dice mucho ahora así pero tiempo atrás, cuando algún evento celebrado, experiencia personal o acto asistido se estimaba excelente o casi, se le citaba coloquialmente como que había estado “la mar de bien”. En esta expresión se quería resumir la importancia positiva de la vivencia tenida.
Vivo ahora en una ciudad que mira al mar. Esta mañana me he asomado a su paseo marítimo. Tenía ganas de ir, lo necesitaba. Hacía diez días que no lo visitaba y sentía mi admiración marina triste, como pecaminosa.
No puedo presumir de buen nadador, ni de aspirante a marinero, pero me atrae mucho la mar. Me ofrece y atrapo con unción su magnitud. Ese tamaño inmenso; ese ritmo del movimiento continuo, en quietud o estrépito; esa pátina irisada espejo del firmamento. Esa paz del pensamiento tras la mirada del horizonte.
El mar, o la mar, al gusto, con sus aguas abarcando cerca de tres cuartas partes de la extensión de nuestro planeta, ha significado tal suerte de atracción al ser humano que, a poco de ir evolucionando hacia el sedentarismo desde su primer hábito de condición nómada, ha venido priorizando su establecimiento en las costas marítimas.
Los que somos de tierra adentro, o sea “de ribera”, por lo común encariñados también con nuestro río, del que obtenemos regularmente alto provecho y alguna dolencia por enfados de la madre naturaleza, solemos acudir a los conocidos “de costa” para completar el aprecio global a la vida terrenal.
Del mar sabemos mucho y aún no lo conocemos todo. El mar ha empujado al hombre a las artes de navegar para proporcionarle descubrimiento, procurarse civilización, dotarse de progreso económico y enriquecerle al multiplicar sensaciones y experiencias.
El mar, como elemento natural continente es agente de infortunios y cobijo de desatinos, nobles y desgraciados en ocasiones. También es objeto de abusos, maltratos y enfrentados intereses.
Pero los mares, menores y océanos, son fuente de provechos y sus profundidades son depósito y guarda de futuras subsistencias. Las orillas y costas, de arena o abruptos acantilados, son maravillas del color y escenografía del paisaje.
¿Y sus bienes?
- Alimenticios, desde la humilde sardina hasta la deseada langosta y las algas comestibles. Las modernas piscifactorías.
- Agente energético, con sus olas, vientos, mareas
- Proveedor salino, de arena industrial y agua potable desalada.
- Oferta laboral para la pesca profesional, el transporte, extracción, turismo y comunicaciones.
- Fijador de fronteras y límites continentales.
- Enorme espacio para el ocio y el deporte, para navegar, la pesca submarina y costera, nadar, rivalizar con las olas, jugar en la playa.
- De repetida influencia para el bello arte de la Pintura. Destacado reclamo de la Literatura y de la Historia.
- En su inmensidad como piélago, es socio del sol y de la luna, pues de ellos se procura el inicio del ciclo del agua y guía de sus corrientes.
Me parece que debemos tanto a la mar que todo lo que se pueda hacer en favor de su conservación, trato y aprovechamiento debiera contar con el pleno proceder positivo de todos los seres humanos.
Pienso en la fortuna que tenemos de su disfrute y me gusta reconocérselo llamándole ”la mar de bienes”.