Jordi Camí
Jordi Camí es vicepresidente de la Fundación Pasqual Maragall, director del Parque de Investigación Biomédica de Barcelona (PRBB) y catedrático de la Universitat Pompeu Fabra.
… saber más sobre el autorJueves 25 de marzo de 2021
5 minutos
Jueves 25 de marzo de 2021
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Si algo está caracterizando el curso de la actual pandemia es la incertidumbre. Siempre que la humanidad se ha enfrentado a lo largo de la historia a situaciones de crisis como las guerras, las hambrunas y las pandemias, en sus sociedades han proliferado tanto las predicciones catastrofistas, como aquellas reacciones de los que confían en un futuro esperanzador, el “todo irá bien”. En tiempos de los romanos los adivinos tenían todo el reconocimiento oficial, y el pueblo recorría a ellos para calmar la ansiedad sobre el futuro, especialmente en tiempos de crisis. Algo parecido a la situación actual, en la que la sociedad está demandando a los científicos respuestas rápidas y previsiones certeras. Sin embargo, la diferencia, nada trivial, es que los científicos no somos ni magos ni adivinos.
La ciencia nunca había quedado tan expuesta. La excepcional presión social para disponer de respuestas inmediatas ante las amenazas del virus SARS-CoV-2 ha obligado a la ciencia a reaccionar y a salir fuera de su zona de confort. La pandemia está fortaleciendo la investigación colaborativa y adaptativa y la publicación rápida de los hallazgos. Nunca se había ido tan rápido pero tampoco nunca se habían puesto tanto en tensión las relaciones entre científicos, políticos y medios de comunicación. Porque esta extraordinaria presión también ha propiciado conflictos de roles entre estos actores: políticos escudándose con científicos para desresponsabilizarse de su toma de decisiones, científicos aprovechándose soberbiamente del protagonismo ofrecido por las atalayas de los medios y periodistas convertidos en prescriptores de lo que deben hacer unos y otros.
La investigación que hacen los científicos tiene sus propias incertidumbres, progresa con lagunas y comete errores. Las “verdades” científicas son siempre provisionales, el progreso del conocimiento se basa en falsar, en desmentir o corroborar una hipótesis o una teoría mediante pruebas o experimentos o mejorar asunciones previas. Tanto o más importante, la ciencia exige sus tiempos, tiene unos plazos que no siempre se pueden atajar ni comprimir, todo lo cual es muy inconveniente en momentos de crisis como los que estamos viviendo.
Las colosales inversiones de los últimos meses han acelerado lo que en otras ocasiones hubiera sido cosa de años, o de alguna década. El hito principal ha sido haber desarrollado vacunas en tiempo récord. La ciencia está demostrando pues su capacidad ante este nuevo reto, y no existirían vacunas, por ejemplo, si en algunos países no se hubiera invertido decididamente en investigación básica. Las preguntas sobre eficacia, seguridad y duración de la inmunidad de las vacunas no se podrán responder con seguridad hasta que no se haga un uso extenso de ellas.
La transparencia y honestidad de la información científica que se comunica es absolutamente esencial. La pandemia ha conllevado un alud de información científica sin precedentes y en un corto espacio de tiempo. Se necesitarán meses para valorar esta información, que crece exponencialmente. A pesar de los esfuerzos, el alud de nueva información y su libre disponibilidad ha contribuido de alguna forma a la desinformación, a veces incluso a la generación de alarma.
Los medios de comunicación están realizando una cobertura sin precedentes y en tiempo real. Durante estos meses se han potenciado los espacios de debate, más fáciles y baratos que el periodismo de investigación. Pero desde los medios no siempre ha quedado clara la división entre la opinión social, la opinión política y la evidencia científica.
Las redes sociales, por otro lado, son un arma de doble filo, lo están siendo actualmente y lo han sido en otras crisis. Aunque están resultando extremadamente útiles para promover el debate entre la comunidad científica, para compartir con celeridad las críticas a los datos o los artículos erróneos y para difundir rápidamente resultados útiles, también están contribuyendo a difundir conclusiones de estudios defectuosos, y a propagar información falsa deliberadamente.
Ante la actual “infodemia”, la comunidad científica tiene una enorme responsabilidad, de ella se esperan mensajes claros, sencillos y honestos, y un esfuerzo adicional para gestionar las emociones de los receptores con el fin de lograr que los mensajes sean confiables.
La preservación de la integridad científica ha pasado a un primer plano tras los errores y fracasos que se han producido en tiempos tan excepcionales. En pocos meses hemos aprendido que hay futuros distintos en las formas de diseminar los resultados científicos, y hemos comprobado, de nuevo, que la formación del personal investigador en comunicación científica es una tarea inaplazable.
Los científicos debemos aprovechar el reto de la pandemia para reforzar el rol social de la ciencia en la generación de seguridad (evidencia) y confianza (percepción), porque la ciencia también es un instrumento de desarrollo y cohesión social frente a las crisis colectivas.
NOTA: Este artículo es un extracto revisado del Informe CorBi Foundation sobre la pandemia de la COVID-19, Coruña Biomedical Institute Foundation.
Jordi Camí (@jordicami) es vicepresidente de la Fundación Pasqual Maragall, director del Parque de Investigación Biomédica de Barcelona (PRBB) y catedrático de la Universitat Pompeu Fabra.