Joaquín Ramos López
Joaquín Ramos López es abogado, vicepresidente de la Comisión Séniors del Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona (ICAB) y autor del blog Mi rincón de expresión.
… saber más sobre el autorMiércoles 11 de mayo de 2022
3 minutos
Miércoles 11 de mayo de 2022
3 minutos
Cuando elijo escribir sobre un tema, me gusta escudriñar entradillas y textos varios que puedan estar relacionados con lo que debo sentir al respecto de su valor, interés o curiosidad y que habrá de suponerme decidir elaborar mi artículo.
Para esta vez he seleccionado esta frase: “La lealtad es cosa de la que todo el mundo habla y muy pocos la practican, por la sencilla razón de que no es una posición espiritual al alcance de todo el mundo, ni todo el mundo está preparado para ser leal”. (Ramón Carrillo, 1906-1956).
Ciertamente, tal afirmación, por estimable que merezca ser, a mi me parece severa y drástica, si bien he de asumir que los pros y contras del avance social y la dulcificación creciente de las reglas que –dicen algunos– nos han oprimido hasta no hace tanto, han reducido mucho la predisposición a tales devociones de fidelidad.
Se entiende por lealtad la acción propia y permanente de un ser fiel hacia alguien –dios, señor, rey, maestro, pareja– o algo –profesión, organización, patria– al que ha decidido voluntariamente adherirse.
Practicar la lealtad asumida a semejanza de una vinculación comprometida con la ética y el honor es actuar con entrega y debida fidelidad a un propósito firme de no dar la espalda nunca al ser o finalidad elegidas.
Comportarse como una persona leal es lograr hacerse sentir objeto de confianza y creencia indubitada de honestidad. Es tender a notar la fe ciega en los actos desarrollados en favor de la causa devota a la que va dirigida la entrega escogida.
Otorgar muestras de incomprensión o dudas de personalidad hacia quien actúa lealmente solo puede corresponder a pensamientos contrarios a la libertad y al malicioso desdén por parte de quien las origina, si no lo sean por envidia e injusto rencor injustificables.
Sentí pena, no hace mucho, al escuchar a un contertulio mofarse de alguien a quien, con cruda ironía le asignaba la condición de sentir “lealtad inquebrantable” por su líder político, obviamente contrario.
Por eso mismo, quien ha decidido ofrecer una determinada lealtad con todas sus consecuencias, o la practica como norma de conducta en sus relaciones interpersonales –normalmente consolidadas– es persona merecedora de especial estima.
La principal característica de la lealtad es la fidelidad. Considerada esta como la capacidad de no engañar; la virtud de cumplir con una promesa. Es la fidelidad en el amor, la amistad, el deber. Con su constancia en el compromiso.
También y necesariamente es la confianza en uno mismo y en sus convicciones. Incluso será el camino de la exactitud buscada, apoyada en la regularidad y persistencia del mérito, mostrando la entereza de quien no defrauda nunca.
Siempre voluntaria, nunca obligatoria, la fidelidad exige nobleza de miras y enfrentarse con fortaleza a la difícil realidad cuando se presente un obstáculo duro de pelar que la ponga a prueba.
Y refiriéndome a estas cualidades, esta doble virtud que son la lealtad-fidelidad ¿qué ejemplo mejor citar que el matrimonio? Ese compromiso contractual que vincula con propósito de permanencia la unión integradora de dos personas que, sabedoras de posibles vicisitudes, apuestan por una felicidad compartida.
Hay otros tipos de fidelidad menos virtuosos por impersonales, sin desmerecer a su especie. Esas mascotas de compañía y auxilio que siempre están dispuestas a mostrarnos su afecto.
Y no quiero olvidarme de las artes y trabajos, copias fieles a la realidad de su original o de su proyecto que alcanzan cotizaciones importantes y confunden a sus autores. O de esa alta fidelidad adjudicada a productos, representaciones y actos de mucha estimación que honran a sus principales.