“Mi edad no es mi identidad”: esta es la principal conclusión de la encuesta que realizamos a finales de 2020 a un colectivo amplio de hombres y mujeres mayores de 60 años y que recogimos en el Informe de Tendencias “Los sénior en España 2021”.
Ante las preguntas “¿Crees que tu edad es tu identidad?” “¿Piensas que la edad es el principal aspecto que marca tu vida?”, un 85% de las respuestas indicaron que la edad define poco o nada su identidad, sin diferencias ostensibles por sexo o edad. Y aún más. Cuando preguntamos “¿Te sientes más joven que otras personas de tu edad?”, obtuvimos un 85% de respuestas afirmativas (con una diferencia entre las mujeres, con un 89%, y los hombres, con un 79%).
Claramente existe una brecha entre esta percepción que las personas mayores tienen sobre su experiencia vital y cómo la sociedad las percibe y las trata.
Por un lado, las personas mayores mayoritariamente se sienten activas, tienen planes, proyectos vitales que en muchos casos coinciden con los que pueden tener generaciones más jóvenes. Pero por otro lado los medios de comunicación, muchas empresas e incluso las instituciones les tratan y consideran, en ocasiones, como seres humanos inactivos, pasivos (de hecho, cuando una persona se jubila pasa a ser “clase pasiva”), ciudadanos extractivos en recursos (pensiones, sanidad...), ajenos al consumo (pocas marcas innovan en crear productos específicos para los sénior), etc.
En el Informe mundial sobre el Edadismo que la ONU publicó hace solo unos meses se establecen tres dimensiones sobre las que se vertebra el edadismo:
Estereotipos: tienen que ver con los pensamientos, las ideas preconcebidas que se tienen sobre las personas mayores (son “débiles”, son “inactivos”, “sin criterio”, etc.).
Prejuicios: tienen que ver con los sentimientos (está demostrado que el físico de las personas mayores genera rechazo en muchas personas jóvenes).
Discriminación: tiene que ver con los comportamientos (dificultad de permanecer en el mercado laboral con cierta edad, la escasa aparición de personas mayores en la publicidad, etc.).
Estas tres dimensiones interactúan y se refuerzan, y como he indicado anteriormente, se plasman en todos los aspectos de la sociedad, de manera que la discriminación por edad se ha normalizado.
El informe también indica que, a nivel mundial, al menos una de cada dos personas tiene actitudes discriminatorias hacia los adultos mayores. Los datos en España indican que más de un 50% piensan que la discriminación por edad está extendida.
Y esto no es aceptable. Nuestra sociedad debería movilizarse, como lo está haciendo en relación a otras discriminaciones, para que desaparezca el edadismo en todos los ámbitos. Mayor visibilidad en la publicidad y en la comunicación, productos pensados para facilitar la vida de los mayores, fomentar institucionalmente las relaciones intergeneracionales son algunos ejemplos de lo que se puede hacer en este sentido. Y facilitar que trabaje el que quiera seguir trabajando, flexibilizando las opciones de jubilación parcial.
Desde el ámbito de la silver economy o economía plateada hay que seguir trabajando para evitar el edadismo, impulsando a las empresas e instituciones a incluir y tener en cuenta específicamente a las personas sénior en todos los aspectos, con una visión adecuada de su sentir y su vivir.
Su vitalidad, empoderamiento y predisposición los convierte en un segmento de población que supone una oportunidad para la innovación en términos de comunicación, producto y servicios para empresas e instituciones, lo que redundará en una mejora de su calidad de vida como ciudadanos y consumidores.
Y, sobre todo, su experiencia vital y su conocimiento son fuente inapreciable de aportación a la sociedad, a las familias y especialmente a las generaciones más jóvenes.