Miguel Ángel Martínez Coello
Miguel Ángel Martínez Coello, alumno de los PUM de la Universidad de Vigo Campus de Ourense y Responsable de Prensa y Comunicaciones de FEGAUS.
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Martes 29 de junio de 2021
3 minutos
Como se dice ahora… tenemos una relación. Parece que fue ayer, y ya pasaron casi 40 años, cuando unas tímidas tarjetas de plástico con unos números en relieve se convertían en objeto de deseo cuando el apoderado del banco de turno te la ofrecía como símbolo de fidelidad, poder y ostentación de tu cuenta bancaria.
Enormes libros de Petete o llamadas telefónicas se aseguraban de que el uso fuera el correcto, pero bueno, al final nos veíamos recompensados con la sonrisa de oreja a oreja del comerciante cuando la transacción le era lucrativa.
Poco a poco las grandes casas comerciales y entidades crediticias, fueron popularizándolas, amparándose en un crédito basado en la confianza con el cliente como correspondencia a un amor correspondido.
Pero el mundo no para, todo irremediablemente evoluciona… los hijos crecen… unos se van de casa y otros se quedan. Al final, lo que sí es cierto, es que los intereses materiales particulares se sobreponen a los sentimientos personales, a la unión en la familia y a la amistad.
Lo realmente cierto es que la reacción humana se hace más evidente ante las dificultades. Siempre las tuvimos delante, pero la mayoría de las veces no nos interesaba verlas ni para reflexionar sobre sus consecuencias, era como oír lo de ¡Que viene el lobo!, y pasar olímpicamente hasta que nos aparecía de frente. Era, como algo anunciado a gritos la llegada del cajero.
Hoy la amistad con el empleado de turno del banco en que habías depositado la confianza y era cómplice de sueños, aspiraciones y proyectos vitales, ya se esfumó… Ahora no tienes que inventarte ninguna película, ya tu cajero tiene todas las respuestas a tus inquietudes sin las esperas o imprevistos de lo que ibas a pedir y cuyo beneplácito estaba en manos del apoderado-amiguete o la aprobación del superior que tardaba lo suyo y que siempre era incierta.
Todo esto era como una “experiencia religiosa”. La cosa ahora es como un pequeño altar en el que en vez de un santo mudo, te encuentras con una pantalla con mil indicaciones a preguntas posibles y una voz que te guía por el insondable sendero del misterio y que después de un correcto “acatamiento” de las órdenes cibernéticas, obtienes la deseada respuesta en vil metal o en un resguardo con un mensaje no siempre del todo satisfactorio.
Eso sí, puedes despachar a gusto el rosario de tacos y exabruptos que consideres que nadie te va a denunciar, son máquinas que están para ensuciarlas a gusto e incluso puede que recibas algún que otro aplauso signo de aprobación por el personal integrante de la cola de espera. Eso siempre consuela, casi más que una terapia de grupo. Lo que más “crispa” al usuario es que como colofón el ingenio te despide educadamente con… “Gracias por la visita, que pase un buen día”.
Y ahí está, ha venido y todos sabemos cómo ha sido, viendo pasar el tiempo como la Puerta de Alcalá y nosotros tan panchos…
Y es que no tenemos remedio…
¡¡¡ Grrrrr. !!!