Viernes 17 de abril de 2020
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La ley natural establece que la naturaleza va a proporcionar un clima determinado y los seres vivos deberán adaptarse a él, es decir que dependiendo de las condiciones que se den, los seres más resistentes continuarán y los demás desaparecerán.
Teniendo en cuenta esto los seres humanos, que es lo que me interesa, deberemos conocer nuestras limitaciones y tomar las medidas adecuadas para la protección de nuestras vidas o sufriremos en nuestras carnes la indiferente y dura selección natural que hace la naturaleza.
La verdad es que estoy escribiendo intuitivamente y no dispongo de elementos probados para demostrar que los cambios de estación de Otoño-Invierno producen más mortandad entre los seres humanos que las estaciones de Primavera-Verano. Sería bueno verificar esto para saber en que tipo de ambiente nos conviene más estar y tomar las medidas de protección necesarias.
No solamente los cambios climáticos inciden sobre la calidad de nuestras vidas. También la contaminación, la higiene, la alimentación y otra serie de sustancias que sabemos no favorecen nuestro organismo a largo plazo.
El tráansito del ser humano por el planeta tierra es tan ridículo en el tiempo, comparado con las eras de la tierra y nuestra ignorancia tan grande que cuando comenzamos a comprender ya estamos muriendo. La naturaleza va a proceder de tal manera que en el momento menos esperado un brusco cambio climático acabará con la mayoría de los seres humanos y no le afectará en absoluto. Otras formas de vida más fuertes surgirán sustituyendo la debilidad humana. Somos extremadamente frágiles, moviéndonos bien en temperaturas entre 15 y 22 grados. Cuando esto no es así debemos adoptar medidas de protección.
Hay, no obstante, entre los seres humanos grupos de mayor riesgo que otros. Los niños hasta la edad de 10 años y los mayores de 60 años, son los más propensos a enfermedades derivadas del cambio climático. Los primeros porque no tienen sus defensas totalmente desarrolladas y los segundos porque las tienen deterioradas o agotadas.
Yo he sufrido en mis carnes estas realidades, de pequeño siempre acatarrado, con bronquitis y problemas respiratorios provenientes quizás de la herencia genética de mis progenitores. En mi juventud cogí fuerza y empecé a contemplar la vida como una carrera de larga distancia, calculando y dosificando el esfuerzo y cuidando el cuerpo. He venido realizando a lo largo de los años siempre una actividad deportiva, procurando alejarme de los hábitos nocivos, tabaco, alcohol en exceso, trasnochar y comer de forma desordenada. Esto me ha traído a mis 62 años sin problemas de enfermedades, con una calidad de vida aceptable, desarrollando mi trabajo puntual y periódicamente sin problemas de salud graves, hasta que la naturaleza este final de año del 2004 me ha enviado un serio aviso que me tuvo muy preocupado. Empezó a primeros de Diciembre con un entrada de aire frío que se agarró a mi garganta como una garrapata a un perro, impidiéndome hablar. En la vorágine del mes de Diciembre con tantas preocupaciones de clientes y viajes, no le presté demasiada atención hasta que no pudiendo más, visité mi médico de cabecera y cuatro especialistas más de medicina interna. No tenía fiebre pero seguía sin poder hablar y con las vías respiratorias cada vez peor.
Nunca me había pasado nada semejante. Nunca tuve un ataque tan persistente, que ni con antibióticos ni anti-inflamatorios mejoraba. El tiempo extremadamente frío que teníamos en Porriño no favorecía mi mejoría, en realidad recaí y empeoré, tal vez por regresar al trabajo sin estar bien curado.
En definitiva, el enemigo se había apoderado en esta guerra de guerrillas de mi garganta y amenazaba mis bronquios y pulmones. Entonces comprendí que debía reunir todo mi ejército para exterminarlo. Medicación adecuada puntual, bolsa caliente de agua en la cama. Vahos de eucalipto, fricciones de Vicks Varrub y temperatura constante hasta encontrar paulatinamente una mejora que me indicaba que si seguía con esta lucha acabaría venciendo.
También sabiendo que la naturaleza aplica la ley natural inexorablemente he pensado cambiar de hábitat. Si no puedes vivir en el medio, lo más inteligente es cambiarlo o perecerás en él. Hay climas más benignos con temperaturas constantes entre 16 y 22 grados, que no son muy caros para estancias cortas de recuperación, pero muy beneficiosas para los organismos atacados. Solamente tenemos que darnos cuenta con la mayor celeridad posible para evitar el sufrimiento al que nos somete la ley natural.
Debemos hacer como las aves migratorias que no emprenden esos largos viajes de norte a sur por capricho, sino porque en ello les va la vida. Tienen que escapar del gélido invierno y no pueden soportar vivir en el tórrido desierto.
Nosotros al igual que las aves deberíamos hacer lo propio. Como dice Carl Sagan, si los seres humanos en su locura no acaban por auto-suicidarse con la destrucción atómica, quizás los virus, contra los que no tendremos antibióticos que nos defiendan sean los exterminadores de la raza humana. Es el ejército invisible que con toda seguridad ha sido el responsable de eliminar en otras eras, otras formas orgánicas de vida.
Miguel Correa, Empresario de química, ex alumno de los PUM Graduado Sénior Universitario y poeta.