

Los aranceles de Trump (y II): ¿Qué va a pasar?
Miguel HerceFoto: Europa Press
Sábado 12 de abril de 2025
10 minutos

Foto: Europa Press
Sábado 12 de abril de 2025
10 minutos
Tras el anuncio de aranceles “recíprocos” del pasado 2 de abril, los mercados financieros en Estados Unidos y otros países se desplomaron con inusitado brío, mostrando bajadas iniciales en torno al 10%. Cuando comencé a redactar este artículo, a media mañana del lunes 7 de abril, los mercados financieros en Estados Unidos habían vuelto a caer nada más abrir para recuperarse, aunque solamente de la caída inicial, casi inmediatamente.
Revisando el artículo poco después del cierre de la Bolsa de Nueva York el jueves 10 de abril, los mercados financieros han girado y vuelto a girar incesantemente, atizados el miércoles 9 de abril por la súbita rectificación de Trump, dejando sin efecto por 90 días los aranceles no dirigidos a China, y admitiendo su derrota, claro está, con una declaración de victoria y enfrentándose a acusaciones de manipulación de los mercados financieros.
Para que se hagan una idea de la tambaleante montaña rusa en que se ha convertido la bolsa, el índice S&P500 (sin dividendos), que refleja la cotización bursátil de las 500 mayores empresas cotizadas en Estados Unidos, perdió, respectivamente, un 4,8% y un 6,0% los pasados 3 y 4 de abril, registró modestas pérdidas de 0,2% y 1,6%, respectivamente, el lunes y martes pasados, subió un histórico 9,5% el 9 de abril, tras el anuncio de la inevitable pausa, y volvió a perder un 3,5% el pasado jueves. El resultado neto ha sido un descenso del 7,1% en poco más de una semana. Me pararé aquí, pues de lo contrario este artículo no llegará a sus pantallas cuando toda esta carnicería está aún caliente. Les aseguro que la volatilidad de estos días acabará en un lugar de honor en los libros de historia financiera moderna.
Donal Trump y sus asesores Bessent y Miran (Tesoro y CEA) confiaban en que esta caída bursátil y consecuente volatilidad produciría la huida de capitales hacia inversiones más seguras, como son los bonos del Tesoro estadounidense. El resultado inmediato de mayor demanda de deuda del Tesoro es la subida del precio de los bonos, cuyo cupón fijo implicaría un descenso del rendimiento de dichos bonos. Es decir, los tipos de interés bajarían en Estados Unidos.
Este es uno de los objetivos principales que persigue el plan de Trump y, a pesar de una caída inicial de tipos de interés, el plan no está funcionando, ni mucho menos. Se estima que en 2025 Estados Unidos ha de renegociar unos siete billones de dólares, en torno al 20% de su deuda nacional. Un descenso importante de tipos de interés ahorraría cientos de miles de millones de dólares al Tesoro estadounidense. Pero ni por esas. Concentrándonos en el bono del Tesoro USA a 10 años, su tipo de interés descendió del 4,195% al 3,991% durante las sesiones del 3 y 4 de abril, pero subió desde el 3,991% al 4,425% durante los tres días siguientes. La subida neta de este tipo de interés señero ha sido 0,23%, o 0,23 puntos porcentuales en una semana. Si me preguntan, les responderé que es una barbaridad.
La razón de esta subida de tipos de interés es un ejemplo de libro de texto de la “ley de consecuencias no deseadas” (“law of unintended consequences”). Resumiendo en pocas palabras un trepidante episodio de venganza financiera, la huida a inversiones seguras por parte de fondos de cobertura (hedge funds), fundamentalmente japoneses, fue tal que desestabilizaron el mercado de bonos del tesoro USA, vendiendo sus tenencias de forma que la súbita bajada de los precios hizo aumentar los tipos de interés muy por encima de las caídas iniciales. No les extrañe ver, en los próximos días, compras masivas de bonos del Tesoro USA por parte del Banco de la Reserva Federal y otros bancos centrales para contrarrestar la subida de tipos de interés. En otras palabras, la confianza internacional en el dólar se está desplomando. Una catástrofe sin precedentes si empeora. Y no exagero.

La pregunta relevante es, ¿por qué ha desencadenado Donald Trump semejante serie de anuncios, y pausas, de aranceles?
Recordemos que un arancel es, simplemente, un impuesto a las importaciones de un país. A diferencia de lo que Trump parece creer, el impuesto arancelario lo paga la empresa o individuo que importa los bienes sujetos al arancel. Digo “parece” porque no me cabe en la cabeza que crea que un arancel no es un impuesto. Lo repetiré, no hay duda de que un arancel es un impuesto que paga el importador. En este caso, quienes pagarían los impuestos arancelarios que Trump amenaza con imponer serían las empresas e individuos en Estados Unidos que importen los bienes sujetos al gravamen.
Además de las reacciones que ya se han producido tras el mero anuncio de la imposición de aranceles, tales como la ingente perdida de capitalización bursátil y la inicial caída de los tipos de interés en Estados Unidos, seguida por su inesperada subida a pesar de la desesperada pausa del 9 de abril, y el aumento de la probabilidad de una recesión económica, las consecuencias de la implementación de los aranceles son diversas y significativas. Vayamos por partes.
Perversidad de los aranceles
La imposición de aranceles encarecerá los productos importados y otros productos en general. Un importador de automóviles sujetos al gravamen tendrá que absorber parte del aumento del precio, reduciendo sus beneficios, pero acabará imputando una parte, posiblemente muy importante, a los precios al consumidor. Lo mismo con quien importe componentes para otros productos fabricados en Estados Unidos. Habrá subidas generalizadas de precios. Y quien crea que la cosa se acabará en una ronda de subidas de precios, se equivocará si los salarios demandan aumentos frente al aumento inicial de precios. Y volverá a equivocarse si la ronda se convierte en una espiral inflacionaria.
Otros países pueden reaccionar con aranceles recíprocos; recíprocos de verdad, no como absurdamente anuncia Trump. Es decir, una guerra comercial como la que se desató tras el pase de la Smoot-Hawley Tariff Act de junio de 1930. Este fue, en palabras del Senado de Estados Unidos (vayan a su página de web e inserten la palabra “tariff” en su buscador), “uno de los actos legislativos más catastróficos en la historia del Congreso (estadounidense)”.
La guerra comercial reduce la actividad económica entre todos los países participantes y entre quienes se encuentran en su periferia. Los economistas profesionales, ya sean académicos o privados, discuten constantemente sobre los efectos de una u otra medida económica. Pero si en algo están totalmente de acuerdo es en la perversidad de los aranceles. Desde Adam Smith en el siglo XVIII, David Ricardo en el XIX, Paul Samuelson en el XX, o Paul Krugman en el XXI. Todos.
Tan es así que, tras la Segunda Guerra Mundial, la comunidad de naciones ha trabajado de forma incesante, aunque con altibajos, para reducir aranceles medios de forma sistemática, primero a través del Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT) y después con la Organización Mundial del Comercio (WTO). Aún queda mucho por hacer en la cuestión de la reducción de aranceles. Algunos países los mantienen para no exponerse demasiado a un mundo en que la globalización puede perjudicarlos. Otros países se benefician de su eliminación. Es una dinámica complicada, sujeta a la negociación diplomática. Pero el sentido de avance es claramente en la dirección de la reducción arancelaria. Hasta hoy.
Bajar impuestos a los ricos
Uno de los argumentos más perniciosos es el favorito de Trump y sus asesores (en concreto el presidente del Council of Economic Advisors, Stephen Miran, que publicó el programa básico, referido como el Mar-a-Lago Accord, hace unos meses), consistente en defender los aranceles para sustituir importaciones, de forma que la manufactura vuelva a los Estados Unidos. El pasado fin de semana, estos asesores y ministros de Trump se desplegaron por los más importantes medios en televisión, para hablar de las pretendidas ventajas de la idea de reindustrialización nacional. Sí, habrá quien vuelva a producir en Estados Unidos (algo que la administración Biden estaba logrando con bastante éxito sin necesidad de aranceles). Pero se estima que esta reindustrialización se realizará con automatización debido al encarecimiento súbito de inputs. Y se estima, además, que la industria ya existente en Estados Unidos acelerará sus procesos de automatización e Inteligencia artificial, para no quedarse atrás. Vamos, que haremos pan con tortas.
¿Algo más? ¡Ah, sí, los impuestos! El plan de Trump es recaudar millones de millones en dólares arancelarios (¿qué les decía sobre la insistencia de Trump en que los aranceles no son impuestos?). Quizás la mayor subida de impuestos en la historia de Estados Unidos, a pagar por los consumidores y productores en precios más altos y márgenes de beneficio más bajos, respectivamente. Consumidores y productores a quienes se añadirán los exportadores estadounidenses, que verán sus exportaciones reducidas por la menor demanda causada por los auténticamente recíprocos aranceles de otros países.
Claro está, el plan arancelario de Trump es reducir impuestos a las rentas medias y bajas y, en especial, a las rentas muy altas, es decir, a sus donantes. Estén seguros, amables lectores, que si se implementa este plan, los donantes de Trump no se verán defraudados, al menos en ver sus impuestos reducidos una vez más.
Estén atentos a lo que sucederá en las próximas semanas. Mientras este fin de semana pasado los acólitos de Trump pregonaban las virtudes del Mar-a-Lago Accord, Elon Musk declaraba que la situación ideal es una zona de libre comercio, es decir aranceles cero, con la Unión Europea. Como decimos por aquí, go figure! (¡vaya usted a saber!). ¿Es esto marcha atrás? Yo diría que sí. ¿Es esto parte del plan? Yo diría que también. ¿Es el súbito anuncio de la pausa el 9 de abril una indicación del pánico que empieza a inundar la Casa Blanca? Con toda verosimilitud, sí. No hay forma de saberlo con exactitud, pero consideremos otro objetivo más del plan: que la amenaza de aranceles tiene el propósito estratégico de exigir a México la seguridad en la frontera sur, a Canadá y a China la interrupción del tráfico de fentanilo, y a Dinamarca y Canadá, la colaboración forzosa en defender la seguridad en el Polo Norte.
Daño irreparable a la reputación de EEUU
¿Saben en la administración Trump que si su plan es solo una amenaza, o tienen que abandonarlo por presión de fuerzas con las que no contaban y que no controlan, no conseguirán ni reindustrialización, ni bajadas de impuestos, ni abaratamiento de la deuda? ¿Y saben que si no es una amenaza e implementan su plan, los objetivos estratégicos se quedarán en agua de borrajas? Esto es un sindiós, una contradicción en términos.
Pase lo que pase, lo cierto es que Donald Trump está causando un daño irreparable e incalculable a la reputación de Estados Unidos. No sería, sin embargo, el primer presidente estadounidense que daña el prestigio de su país en el siglo XXI; recordemos los fiascos de Iraq con Bush hijo, o los de Libia, Siria o Crimea con Obama. Pero es el primero en atacar, conscientemente, a Estados Unidos tanto o más que al resto del mundo. Es retribución a diestro y siniestro, basada en falsedades como la supuesta explotación de Estados Unidos por parte del resto del mundo desde el fin de la Segunda Guerra mundial (absurdo) o en la supuesta maldad de la administración Biden (que la historia reconocerá como una de las más importantes desde los tiempos de la Great Society de Lyndon Johnson). Es incompetencia suma. Y es afán de lucro descontrolado y al más alto nivel.