Joaquín Ramos López
Joaquín Ramos López es abogado, vicepresidente de la Comisión Séniors del Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona (ICAB) y autor del blog Mi rincón de expresión.
… saber más sobre el autorViernes 9 de septiembre de 2022
3 minutos
Me inclino y suelo sostener en mis consideraciones una visión realista. Sin ser ajeno a la duda ni a la devoción por algunos sentimientos, prefiero la condición tangible de los hechos a la hora de valorar los acontecimientos humanos.
Entiendo que vivimos en un mundo complejo de imposible conciliación y víctima de nuestros muchos errores. Creo también que la vida colectiva podría ser buena si la gran mayoría de gentes asumen las lógicas servidumbres de la materia, sienten un algo espiritual y usan el sentido común para convivir.
A veces nos olvidamos que nuestra existencia es deudora, por herencia o comportamiento, de bienes naturales que por sí mismos tienen sus circunstancias y desarrollos que nos condicionan y que requieren suma atención.
Pese a todo o gracias a esta suerte, de un tiempo a esta parte da la sensación que nuestras mutuas relaciones están empeorando. Generalmente padecemos problemas ya conocidos con anterioridad o claramente previsibles y no hemos actuado debidamente.
Se están juntando en pocos meses situaciones de conflicto y riesgo de diverso y malicioso orden. Hechos presentes nuevos y reiterativos que evidencian la falta de coherencia y responsabilidad colectiva unida a la interesada provocación de algunos.
Podemos preguntarnos de qué sirven conferencias de paz, tratados de no agresión, declaraciones internacionales de todos los derechos conocidos, acuerdos para la protección del medio ambiente, dotaciones económicas para combatir el hambre, actos pro vida democrática, campañas de sensibilización sanitaria y bla, bla, bla.
Y resulta que palestinos e israelitas andan a su cansina greña; los rusos invaden el país de los ucranianos, los chinos continentales amenazan a los taiwaneses; los talibanes someten de nuevo a sus mujeres; los cristianos son perseguidos en África, Asia e incluso en Nicaragua; se asesina a opositores y periodistas; se incendian maliciosamente los montes; se ocupan impunemente viviendas ajenas; la violencia doméstica no remite; la inmigración nos congestiona; se impone la pertinaz sequía y escuece la insolencia de una política energética que arruina a los hogares.
Cabe plantearse por qué faltan reacciones políticas serias y judiciales rápidas ante actos abusivos sobre la propiedad, el trabajo y la convivencia e incluso hechos criminales contra las personas, individuales o en pandilla.
También hay que reclamar verdaderas, no demagógicas o inviables, soluciones del vilipendiado propósito de la cabal redistribución de las rentas y de una ecuánime justicia fiscal, nunca cumplidas.
Si no. ¿para qué necesitamos partidos políticos, sindicatos, asociaciones patronales, confesiones religiosas y esa maraña de organizaciones “profesionalizadas” creadas para arreglar el mundo y que en la realidad nos llevan a trompicones contra los elementos, naturales que no controlan y sociales que no resuelven?
Por demás, sean gobernantes elegidos o secretos capitostes del que llaman Nuevo Orden Mundial, nos castigan económicamente con decisiones y sutiles presiones rebozadas al huevo hilado, al producir inflación, escasez de productos de primera necesidad y disparatar los precios sin justificación objetiva, para especular y dominarnos.
Una calle sin salida –quería parodiar– significa que no va a ninguna parte después de su final tapiado. Deja de serlo normalmente con la implantación de un nuevo Plan General de Urbanismo que, a buen seguro, remodelará su entorno y horizonte favorablemente.
No estoy yo para adagios crepusculares, tampoco para tropeles apocalípticos, ni mucho menos resucitar plagas sagradas, pero qué bien nos vendría a todos recibir un buen susto incruento, si bien duro, que provocase una fuerte reacción colectiva, marginando estereotipos actuales y, cual Ave Fénix, de él renaciésemos mejores. O sea, generando un Plan Mundial de Normalización de Convivencia que releve a este modelo actual claramente fracasado.