Las ventas de vehículos eléctricos puros han experimentado una importante caída de ventas en el primer mes del año, con una cifra de 589 unidades, muy lejos del promedio de los doce meses anteriores, que era de casi 1.500 unidades al mes.
No supone más que el 1,4 por ciento de las ventas totales de automóviles, muy lejos de las expectativas que desde el Gobierno e incluso desde la propia patronal ANFAC se han venido estableciendo desde antes de la pandemia e incluso desde la pandemia.
Es cierto que la introducción paulatina de la movilidad eléctrica es un hecho imparable. Es también un hecho destacable que la administración está ofreciendo ayudas a la compra muy superiores a las que se ofrecen a los vehículos térmicos, cada vez más denostados y casi criminalizados. También lo es que la oferta actual de vehículos eléctricos es notablemente más atractiva de lo que era hace tan solo un año. Los nuevos eléctricos ofrecen ya autonomías bastante razonables y tiempos de recarga que permiten considerarlos ya como una opción real para un número importante de usuarios.
Pero sigue habiendo obstáculos muy importantes para que la mayoría de usuarios comiencen a tenerlos como opción.
El primer obstáculo es la dificultad de recarga. Constantemente oímos o leemos los planes de las distintas administraciones (nacional, autonómica o local) para crear una red de carga pública que a día de hoy es absolutamente escasa. Quien no disponga en su domicilio de un punto de carga está condicionado a la utilización de su vehículo con enormes restricciones. No se puede contar con una red pública que nos permita utilizar nuestro propio vehículo más allá de un tiempo que, a día de hoy, es casi siempre menor que el tiempo que tardamos en recargar. Es decir: estamos más tiempo cargando que conduciendo.
Por fortuna, estos tiempos de carga están siendo cada vez más reducidos y desde luego que los tiempos de uso, la autonomía, se está incrementando en cada nuevo modelo. Hoy, vehículos de turismo de tamaño medio ofrecen ya autonomías por encima de los 300 kilómetros, cifra que puede llegar a doblarse en algunos vehículos de alta y altísima gama, al alcance de pocos bolsillos.
Y esta evolución tecnológica es precisamente uno de los mayores escollos con que se enfrenta a día de hoy el vehículo eléctrico. Un eléctrico comprado hace 2 años, con menos de 200 kilómetros de autonomía real y tiempo de recarga por encima de las 10 horas se ha convertido en una antigualla. Y no solo es ya un coche viejo, sino que su valor como coche usado en cero. Cero patatero. No lo quiere nadie.
La rapidez con que evoluciona esta tecnología es su peor enfermedad. En otros bienes de consumo, como los teléfonos móviles o los ordenadores, hemos admitido que dos años es un periodo razonable de vida. Estamos dispuestos a cambiar de televisor o de móvil cada dos o tres años. Pero para el automóvil, es un periodo de sustitución demasiado corto. Salvo profesionales, pocos usuarios están dispuestos a comprar un vehículo que en dos años va a quedarse tecnológicamente obsoleto y lo que es aún peor, sin valor residual como vehículo usado.
Este es realmente el mayor freno que a día de hoy tiene la venta de los coches eléctricos. Y lo malo es que las marcas y los concesionarios no tienen en su mano la capacidad para solucionar este problema, que se añade a los que ya hemos mencionado de falta de estructuras públicas de recarga. Por si fuera poco, en España no son muchos los que disponen de una plaza de estacionamiento en su propio domicilio donde se pueda instalar un punto de carga privado.
Hace pocos días tuve la oportunidad de conducir por Madrid una furgoneta eléctrica. Todo son virtudes: suavidad de funcionamiento, silencio, agilidad, la misma capacidad de carga… todo ventajas. Pero es un vehículo de utilización profesional y pensado para el reparto urbano. En este terreno, el eléctrico es ya imbatible, con un coste de uso también imbatible; al menos mientras no suba el precio del kilowatio para utilización móvil. Aunque mucho nos tememos que el Estado no va a renunciar a sus ingresos por los impuestos sobre el carburante.
Así pues, en utilización profesional, todo son ventajas. Pero para el usuario medio, el que compra todos los meses (antes de la crisis COVID) casi 100.000 coches, no es este el momento de recomendar un coche eléctrico si quieren tener un vehículo tecnológicamente al día durante al menos cuatro o cinco años. ¡Con qué tristeza decimos esto!