Sábado 1 de octubre de 2022
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Recientes encuestas ponen de manifiesto que solo un 35% de los mayores de 75 años se sienten realmente envejecidos.
A pesar de ello, seguimos mirando a los mayores desde la perspectiva del Pacto de Toledo: pensiones y salud como receta. Es de rigor reconocer el mérito de este acuerdo social, pero es igualmente preciso y urgente reconocer que una mayor esperanza de vida con una mejor salud, obligan a una redefinición del modelo. Se cuentan por millones las personas a las que el actual modelo de protección y de bienestar social les resulta, sencillamente, muy alejado de sus auténticas necesidades.
Aumenta el número de mayores. Con este incremento, crece el número de personas dependientes; pero, sobre todo, el de no dependientes que desean evitar serlo. Si bien el soporte económico y el soporte sanitario son necesarios, ni son los únicos apoyos que necesitan los mayores ni tienen el formato que realmente demandan. Es urgente entender que el camino de la vejez es evolutivo y que, partiendo de una situación de salud se inicia una fase de pre-fragilidad, que continúa con una fase de fragilidad y que culmina con una fase de dependencia. Por ello el modelo ha de cambiar para atender todas estas fases de una manera eficaz. Y ha de construirse sobre un pacto intergeneracional, pues el diseño que hagamos hoy será lo que, en un futuro no muy lejano, encontrarán los jóvenes de ahora.
¿Realmente estamos entendiendo la revolución demográfica?
Afortunadamente, se habla cada vez más de todo esto, pero aún falta que el ámbito político asuma este reto para empezar a articular cambios reales y tangibles. Y, sobre todo, que se atreva a innovar, tanto tecnológica como socialmente.
En materia de pensiones, los mayores reclaman legítimamente más, pero el sistema, con una juventud en un entorno de precariedad laboral, no lo puede sufragar. Se está tratando de apuntalar el sistema para hacerlo más resistente. Pero hacerlo más solvente pasa por tener una economía más potente y productiva. Y esto requiere cambios estructurales. Entre ellos, permitir al propio segmento senior continuar siendo activo en lugar de considerar que usurpa un puesto de trabajo, porque esta es una creencia completamente errónea.
En materia de salud, la atención primaria y los enfoques “hospitalocéntricos” precisan una reforma también profunda. Una buena gestión de la salud requiere enfoques preventivos, con una atención integral a las pluripatologías de las personas y manteniéndolas en su hogar mientras sea posible, pues es donde quieren estar, y que el autocuidado cobre importancia también. Y, muy importante, ya no solo hablamos de los aspectos físicos: la percepción de bienestar pasa por equilibrar la salud y, también, la dimensión social y mental de los mayores. La integración sociosanitaria, en definitiva, se convierte en una asignatura pendiente que es urgente resolver y que aportará enormes beneficios al sistema.
Reconsiderar los pilares del bienestar
El bienestar de los mayores va a requerir algo más que disponer de una pensión y contar con apoyo para la salud, pues esta revolución trae profundos cambios en los elementos productivos, en los recursos humanos, en los perfiles de los consumidores (en España en 2050 un tercio de la población será mayor de 65 años), en el conocimiento necesario para conseguir mantenerse en el mercado laboral, en el patrón de vida de las personas en sus distintas fases de envejecimiento, en el tipo de vivienda que necesitan, en el entorno urbano donde se desenvuelven, en la profesionalización de los cuidados que han de recibir, en los enfoques para la gestión de la salud con un nuevo foco en el autocuidado, en los modelos familiares, en los hábitos de comunicación y socialización de las personas mayores y también, y muy importante, en los procesos de digitalización que hasta ahora se han mantenido al margen a los mayores.
Podemos anticipar que los pilares del bienestar requieren una reconsideración. Pero, sobre todo, los cambios radicales vendrán derivados de las nuevas demandas de millones de personas que, a lo largo de sus distintas fases de envejecimiento, quieren seguir siendo tratados como personas. Con respeto. Con dignidad. Una nueva concepción de la persona a lo largo de toda su vida.
Cuando las personas mayores hablan de su evolución, la mayoría prescinde del “desenlace final” como concepto y sus preocupaciones son otras: mantener un propósito en la vida, no afrontar la etapa final en soledad, evitar depender de otras personas para la realización de sus actividades básicas de la vida diaria, continuar viviendo en su domicilio, mantener una renta suficiente pero pudiendo trabajar más tiempo si se quiere hacerlo y la profesión lo permite y que su relación con el entorno (las actividades instrumentales de su vida diaria) se simplifique, procurando particularmente que las nuevas tecnologías digitales sean una ayuda y no una barrera. Y, por encima de todo, recibir un trato digno y humano.
Todas esas cuestiones son las que nos han llevado a plantearnos, en el V Encuentro de Economía Senior que estamos celebrando, el impacto de la revolución demográfica en toda su magnitud, en las políticas sociales desde la óptica municipal y de las comunidades autónomas, buscando respuestas en la innovación social y tecnológica.