Miércoles 25 de marzo de 2020
2 minutos
Este martes empezamos el día en la residencia de Usera con un compañero residente con fiebre -décimas-. Y ni “aislamiento” ni se le hace test. Da miedo, la verdad.
Sigue el confinamiento preventivo de, "cada uno en su habitación". Perdón, de "¡cada uno en su habitación!"; de repetitivos, "¡no se puede salir!" o de recurrientes, "¡no se puede acceder a las zonas comunes! ¡Entren dentro!".
Frases, que vocea continua y monótonamente el personal auxiliar y técnico. Ese personal técnico disfrutando de “vacaciones” en la residencia de Usera, cortesía del Sr. Covid-19. Y mientras tanto, nosotros pagando religiosamente la plaza por unos servicios que no existen.
Los compañeros residentes se empiezan a cansar -empezamos a cansarnos- del aislamiento social y familiar impuesto de forma chapucera. El aburrimiento empieza a hacer estragos.
Una anécdota del día a día, que rompe con esta sensación de confinamiento por el coronavirus y nos devuelve a la vida real. En el día de ayer, una compañera tiró un pañal al inodoro, lo introdujo a presión y tirando y tirando de la cadena, logró que se inundara el baño, corriendo el agua por el pasillo y alcanzando a tres habitaciones contiguas más. La mía no, menos mal.
Imaginad la escena. El personal de limpieza, junto al psicólogo, terapeuta, fisioterapeuta y asistenta social “achicando agua”, literalmente. Consecuencias de la falta de personal o lo que la “cuarentena” se llevó. ¡Qué lástima!