Noveno y décimo día: en el hospital
Fernando QuintelaMiércoles 18 de marzo de 2020
ACTUALIZADO : Jueves 19 de marzo de 2020 a las 16:19 H
3 minutos
Miércoles 18 de marzo de 2020
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Empecé escribiendo desde casa sabiendo que tenía fiebre pero convencido de que pasaría sin complicaciones.
Me equivoqué. Un empujón de un amigo me trajo hasta el hospital en el que estoy, La Princesa, en Madrid, donde ya me han diagnosticado como Positivo en Covid 19 y me han dejado ingresado.
Recuerdo cuando caía la noche en los campos de refugiados de Zaire. 1994. Eran Mugunga, Kibumba y Katale los tres más importantes en el éxodo rwandés después de la matanza entre hutus y tutsis. Al caer la noche se apagaban las fogatas y se hacía un silencio sepulcral, sólo roto por los quejidos, el lamento y el esfuerzo de quienes hacían lo posible por sobrevivir al cólera.
Ayer, en la zona de atención de urgencias del hospital, tuve la sensación de recordar aquellos momentos. Sonidos poco agradables, miradas desorientadas, miedo y una aceptación del dolor propio mezclada con el respeto al trabajo de médicos y personal sanitario que cortaban ese silencio atronador del que se sabe enfermo.
He visto mucha miseria y desolación en mi vida. He visto niños morir delante de mi, he visto asesinar delante de mis ojos, he visto cómo se escapa una vida, he visto como desaparece una familia, he visto una mirada de auxilio, he visto la desposesión más absoluta, donde se arrebataba hasta la dignidad de las personas. He visto cómo se trafica con mujeres, niños, armas, drogas... pero todo esto lo he visto como parte de una experiencia de vida. Y elegí verlo deliberadamente, porque creo que conociendo la miseria humana, la indefensión del débil, es como realmente se puede conformar un poco de sensatez y cultura, que por cierto no sé si he conseguido. Entendiendo, o tratando de hacerlo, el sentido de la vida de todos nosotros.
Y ahora me toca, nos toca, enfrentarnos a una situación tan grave como desconocida. Estamos viendo cómo somos y en qué nos hemos convertido. Hemos asistido a la rapiña en los supermercados, a la falta de solidaridad y comportamiento cívico entre nuestros congéneres. Nos hemos agotado a chistes en apenas 72 horas cuando quedan muchos días por delante. Por primera vez en la Historia, España tiene prohibida la entrada en 70 países. Pero da igual; como dice mi amigo Perico, “lo que importa es quién de la bola de viejas coleccionando flanes se lleva el trofeo”. Hemos agotado y acumulado papel higiénico (???) como si una gran diarrea invadiese el planeta. Ridículo.
Empieza mi ingreso por Coronavirus. Con susto pero con la tranquilidad de estar atendido por un gran equipo médico y de enfermeros y enfermeras. La noche del silencio de ayer, independientemente de que haya dejado una mirada de miedo, ha sido para mi una reconciliación con el ser humano. El facultativo y el enfermo. Un ejemplo de respeto y coordinación que puede marcar un nuevo modo de entender la vida.
Sigo con fiebre, me van a subir a una habitación y estaré ingresado el tiempo que me recomienden. Me van a tratar con antipalúdicos y con fármacos antirretrovirales, como los que se usan con el VIH. Porque es la mejor solución que ven para que la infección no se instale en los pulmones.
Mañana seguiré con cosas quizá más mundanas. Es posible que la fiebre haya alimentado mis ganas de contar cosas que he visto y ahora veo y sobre las que apenas han mostrado interés muchos de mis amigos y conocidos.
Los refugiados que sobrevivieron a aquella hecatombe en Zaire lo consiguieron. Cambiaron su forma de entender la vida. Quizá sea nuestro momento.