Joaquín Ramos López
Joaquín Ramos López es abogado, vicepresidente de la Comisión Séniors del Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona (ICAB) y autor del blog Mi rincón de expresión.
… saber más sobre el autorMiércoles 18 de octubre de 2023
4 minutos
Muchas veces pienso si los resultados esperables de la relación entre la evolución natural, el ejercicio intelectual y la búsqueda de la excelencia personal, características del deseo humano para seguir aumentando diferencias con el resto de seres vivientes, realmente son consecuentes con la coherencia de una racionalidad deseable.
Esas condiciones son comunes para la especie, pero la cognición, de inicio, es un enigma que se irá desarrollando como una esponja que absorbe todo lo que la observación de los sentidos le aporta, con sus vericuetos, bondades y malicias de los otros y jugarretas del destino, conformando las conductas.
Si al desarrollo de nuestra especie, con avances científicos constantes que aportan soluciones a deficiencias de vida anteriores y mejoras en la calidad de la existencia con el disfrute de nuevos medios al alcance de más personas en el mundo, añadimos comportamientos, digamos un tanto prescindibles, apoyados en modas pasajeras o apreciaciones huecas, quizás estemos confundiendo aquello del desarrollo personal.
De vivir bien o hacerlo regular, de pasarlo fatal pero subsistir, el ser humano de siempre sabe bastante. Culturas y países, con sus altibajos y tropezones, los humanos han ido saltando hacia lo que superaba lo anterior conocido. Por ejemplo, son impagables los logros conseguidos para llegar a vivir más años y así disfrutar de muchas más satisfacciones.
Pero, al mismo tiempo, el hombre y la mujer hemos sido débiles ante la flaqueza y el vicio. Nos hemos afanado en encontrar y aprovecharnos de incentivos triviales, como gustos y caprichos que, sin poner barreras al desarrollo vital coherente, generan dificultades que alteran la natural convivencia.
Porque hay personas que llevados de modas y otras costumbres que proponen nuevos disfrutes para la vida, como ingerir alimentos y bebidas muy sugerentes; fumar, vapear o esnifar, vicios normalmente contraproducentes, o hacer ejercicios deportivos peligrosos con riesgo de alarma social, producen comportamientos que fácilmente atentan contra la salud individual y colectiva.
Es el caso del inquietante aumento de la obesidad. Es decir, pesar más de lo que es saludable.
Observo por las calles ahora, en la playa este verano, en las terrazas de los bares, mucha gente gorda. Así define nuestra RALE a la obesidad: estar excesivamente gordo. Me fijo también en más comercios cada día que lucen letreros de “hay tallas grandes”.
Llama la atención el rápido avance de esta enfermedad, potencial en muchos y real en bastantes ciudadanos españoles y de muchos turistas que nos visitan. Veo que hay obesos de todas las edades, niños de Primaria, chicas bonitas púberes, señoras de mediana edad y hombres, mocetones, de vientre enorme, algunos pagando suplemento en el avión por requerir un asiento más ancho.
He leído bastante al respecto y me hago cruces de los perjuicios denunciados por tantos especialistas en salud, apercibiendo a estas personas del importante riesgo que supone tener un elevado IMC (*) o Índice de Masa Corporal –anótese Ud. las siglas e infórmese, pues se sorprenderá de la epidemia ante la que nos encontramos– ¿A qué se debe? Sencillamente a que comemos mucho y mal.
Seguro que hay obesidades singulares e infortunadas con difíciles posibilidades de curación. Sin embargo, la inmensa mayoría son controlables y potencialmente corregibles; cosa de dietas y disciplina alimentaria, nada más.
También es cierto que los cambios del tipo de vida que supone congeniar trabajo y hogar, inclusive la dependencia laboral obligada o deseada de toda persona en edad de trabajar y tener que alimentarse fuera de los hábitos tradicionales, excusa en parte la circunstancia de la obesidad.
No obstante, debe hacerse una reflexión profunda por parte de las personas con tendencia obesa para que se enfrenten con decisión espartana a combatirla. ¡Es por su salud!
Vayamos, pues, en búsqueda de la coherencia de una racionalidad creciente y deseable. 100 años atrás, en España al menos, no había gordos apenas y casi todos sabemos por qué unos pocos lo eran. Las madres deseaban criar niños hermosos y “lustrosos” (que diera gloria verlos) como prueba de bien alimentados. Actualmente hemos de conseguir que nuestros niños estén sanos, comiendo alimentos saludables, huyendo de lamines y bizcocho diario.
(*) IMC: peso (kg)/ [estatura (m)]2 los valores que están entre 18,5 y 24,9 se encuentran dentro de los rangos normales, según la Organización Mundial de la Salud (OMS)