Dos amigas muy querida han sido abuelas esta semana. Viudas las dos y que pasan solas este encierro, que su espera se les ha hecho interminable, invadidas por los nervios por si llegaba la fecha del parto todavía confinadas, con todo lo que eso significaba. Una además era abuela primeriza, y desde unos días antes había asumido que tardaría semanas en ver a su nieto. Y, lo sabía también, de ninguna manera podría estar en el hospital a la espera de que su hija y su yerno salieran del paritorio, como siempre había soñado. Al igual que había soñado que estaría con su hija en el hospital y que después, como habían acordado, pasaría un tiempo con la pareja y el bebé echando una mano.
La misma situación vivió la que ya era abuela pero esperaba con igual intensidad el nacimiento de la que sería la primera nieta. Cuando llegó la hora se confirmó lo que temían: ninguna de las dos pudo acudir al hospital, ni atender a sus hijas. Encuentran consuelo con los videos. En uno de los casos el yerno, nada más salir del paritorio, envió a su suegra el video del recién nacido; en el otro lo hizo media hora más tarde, pero mis amigas tuvieron la suerte de que sus yernos eran perfectamente conscientes de la soledad intensa de las madres de sus mujeres. Más que nunca necesitaban ver, coger, tocar, achuchar a sus nietos. Y, por supuesto, abrazar a sus hijas.
Solo piensan en el momento en el que se acabará la pesadilla del encierro obligado, puedan salir a la calle y dirigirse a conocer a los nietos antes incluso de lo que consideraban una prioridad desde que estaban confinadas: ir a la peluquería a que le arreglaran unos pelos que, a la semana, ya les daban dolor de cabeza.
No hay amigo que no me haya dicho por activa y por pasiva que la emoción de ser abuelo es infinitamente superior a la que habían imaginado. Incluso hay quien confiesa que más conmovedora que la de tener hijos; distinta, porque está menos presente el espíritu de protección y, con los nietos, al de protección se suma que es la constatación de que esa cosa tan pequeña les retrotrae al momento en el que por primera vez tuvieron en sus brazos a una cosa igualmente pequeña que les cambió la vida. Sus hijos. Que se prolongan en unos nietos en los que renacen sensaciones que se habían dejado atrás hacía muchos años.
Se comprende que los abuelos vivan con tanta intensidad la ausencia del nieto recién nacido, aunque sea temporalmente. En muchos casos, además, les cambiará la vida porque se ocuparán de ellos a diario. No hay más que acudir a un parque, o a la salida de los colegios, para ver que vuelven a asumir las responsabilidades y emociones de cuando fueron padres.