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Jueves 4 de junio de 2020
2 minutos
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El coronavirus y la falta de concreción del Gobierno impide saber qué va a ser de nuestras vidas en las próximas semanas, lo que incluye las vacaciones de verano. Playas con cita previa y toalla enmarcada con una cinta no es un plan muy apetecible, viajar al extranjero supone el riesgo de que no te dejen entrar o salir, así que una gran parte de la gente lleva días buscando casas rurales en internet, que puede ser el plan más seguro.
Pero plan plan, planazo, era y sigue siendo pasar las vacaciones en el pueblo familiar, generalmente en casa de los abuelos, que desde junio ya se preparan para recibir a los nietos. Solos o acompañados, lo mismo da, la generosidad de la mayoría de los abuelos es ilimitada, igual les da tener nietos sin padres, que nietos con padres, que nietos que llegan sin padres pero con amigos de ciudad que quieren saber qué es eso de pasar unos días en la aldea.
Casi todos los que ahora son abuelos conocen esas vacaciones. Irrepetibles, inigualables, perfectas. En muchos casos, se pasaban en tiempos en los que no había teléfono ni televisión, te juntabas con amigos que solo veías en verano, si había una piscina era ya un lujo, y si había playa, se echaba allí el día con unos bocatas que resucitaban a un muerto.
Los juegos eran de verdad, vivías entre perros, vacas y gallinas, aprendías a montar en burro, bañarse en los ríos era toda una aventura porque era fácil encontrar una culebra en el agua helada, y por las noches no había más entretenimiento que las charlas, las cartas, o jugar en medio de la calle hasta que los padres o abuelos decían que a la cama.
Los niños y chicos de ahora se van al extranjero, o a lo que se llama “segunda residencia”, que generalmente está en la costa, y lo que más les tienta son las discotecas o las hamburgueserías. Pero con las restricciones del coronavirus es posible que la alternativa sea el pueblo de los abuelos. Lo van a agradecer. Tanto los grandes como los mayores: si saben cómo, y quieren, lo pueden pasar de miedo.