Joaquín Ramos López
Joaquín Ramos López es abogado, vicepresidente de la Comisión Séniors del Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona (ICAB) y autor del blog Mi rincón de expresión.
… saber más sobre el autorMiércoles 22 de diciembre de 2021
4 minutos
Miércoles 22 de diciembre de 2021
4 minutos
Acostumbro a caminar con frecuencia por mi ciudad. Suelo alternar mis recorridos por diferentes calles y sus barrios. Lo hago a distintas horas del día y en cualquier fecha. Observo movimientos, actitudes personales y circunstancias de la convivencia urbana.
De tal observación y desde la perspectiva del tiempo que tengo vivido, puedo tener una determinada comprensión de cómo cambian las costumbres y derivan las conductas en el modo de entender y practicar ocupaciones y eventos presentes en nuestra existencia.
Pues, mediado ya este ingrato, por frío y encarecido, diciembre, vengo regresando a diario a mi casa sintiendo desafección del paisaje urbano recorrido.
No ya de la impresión que produce el desaguisado urbanístico operado en los últimos meses, o la suciedad acumulada que, por demás, cubre todavía la hojarasca otoñal fruto del peleón viento habido, que también.
Llego con pena de no haber apreciado en el ambiente general muestras suficientes de encontrarnos en fechas muy próximas ya al más señalado momento anual, la efeméride del misterio de la Navidad.
Ese importante acontecimiento, origen y razón de nuestra cultura y civilización. Cierto es la existencia de colgaduras municipales luminosas que solo pueden asociarse al tradicional evento por las fechas de su tendido urbano, pues han sido orilladas las imágenes típicas recordatorias.
También lo es que las grandes superficies muestras adornos de argentes y dorados tonos que, sobre todo, publicitan la aspirada venta del regalo preferido para la ocasión.
Y los populares bazares de barrio inundados de parafernalia invernal y festiva ad hoc. He visto, por supuesto, algún pequeño comercio que ha incluido en su escaparate bolas, estrellas, algodón blanco y algún tímido pesebre. Y un par de accesos de vecindario con abetos y portales decorados.
Pero no he notado donde queda la manifestación popular de la Navidad. Aquellas ventanas con mensajes de paz y fraternidad; los luminosos animales del invierno en las terrazas y jardines; el muñeco de Noel escalando el balcón, o el disfrazado que hace sonar su campana por la calle; las imágenes propias del momento en los accesos eclesiales.
Todo parece olvidado en el desván o en el trastero. Sí asoman muestras navideñas, claro está, en mercadillos apropiados, donde los paseantes se empujan viendo cabañas y tenderetes, pero que tras su paso siguen atiborrados de objetos sin vender todavía.
Lejos quedan ya aquellas manadas callejeras de pavos, los aguinaldos, las colaciones, la excursión a procurarse el musgo para el belén y el abeto navideño y las largas mesas de comidas familiares.
Y cerca están las vacaciones en la nieve y los viajes exóticos, acordes con el calendario estacional. El panorama social tampoco parece mejor.
Muchas son las noticias ingratas y las perspectivas oscuras. Hueca me parece la apuesta de esa anunciada malsonante “nueva normalidad” con la que vapulean nuestras neuronas al modo con que los aceituneros varean los olivos.
¿Adónde hemos llegado? ¿Qué se ha hecho de nuestras tradiciones tanto tiempo sostenidas? ¿Por qué asumimos tantos cambios, muchas veces sin sustancia ni proximidad? ¿Verdaderamente estamos cansados de lo de siempre y apostamos por lo nuevo “a ver qué pasa”?
Yo, estos días, enviaré algunos christmas postales; disfrutaré del muérdago regalado que rociaré para que siga fresco; cuidaré mi planta de Navidad para que me dure muchos meses; comeré guirlache; encenderé mi belén, cantaré unos villancicos y rogaré al Niño Dios nos renueve su protección.
Esperaré con ilusión el presente que me tenga reservado Papá Noel y pediré a mis exclusivos Reyes Magos, desde donde sé que están, sigan regalándome su cariño. Y al Rey Gaspar –mi elegido infantil– que inunde nuestros hogares con el incienso de la concordia.
Quizás Ud., estimado lector, desde sus prioridades y convicciones, todas confluentes hacia el bienestar más estimado, lo quiera encontrar y favorecerlo con “un poquito de Navidad, por favor”.