Joaquín Ramos López
Opinión

Pruebe a no mirarse el ombligo

Joaquín Ramos López

Miércoles 22 de marzo de 2023

4 minutos

Pruebe a no mirarse el ombligo

Miércoles 22 de marzo de 2023

4 minutos

Seguramente Ud. ha oído citar la palabra onfaloscopia, o por lo menos le suena; o quizás la lee por primera vez ahora. No la busque en el DRAE, porque no aparece. Pues resulta de unir vocablos griegos que significan el sustantivo ombligo y el verbo mirar.

Ahora sí ¿verdad? Ya sabe por dónde voy a ir. Pues eso, va de mirarse el ombligo. Esa forma entre simpática e irónica con la que solemos definir a una persona de quien también acostumbramos a decir que se siente muy satisfecho consigo mismo.

Del mismo modo, en rango ya más riguroso, citaríamos a este individuo como engreído, presuntuoso, arrogante. Y más adjetivos calificativos que nuestra rica lengua ofrece como sinónimos del más llano mirarse el ombligo.

Estarlo, o serlo, por un momento o por una vida, como característica fija de una personalidad, no necesariamente deviene en un juicio peyorativo de quien tiene y practica valores llamados humanos y vive de su esfuerzo y del respeto a sus semejantes, actitudes honrosas y merecedoras de reconocimiento.

Considero compatible que una persona que cuida de su imagen personal viste y se adorna de forma exquisita, o incluso personalísima, y llama la atención por ello presumiendo de su figura, no debe por eso ser llamado engreído. No procede decir que esa persona es un presuntuoso de su valer.

Asumimos normalmente que a determinada clase social que viste y se acicala elegantemente, asiste a actos sociales de cierto “copete” y reside en hábitats distinguidos, singularmente por estrato social o económico u ocupa posiciones públicas notorias, se le reconozca esta condición de manera natural.

Se da cuando el personaje social intermedio y el “venido a más” que se porta de tal guisa, conocido de sus condiciones personales naturales y de sus circunstancias materiales apreciadas, accede a esas conductas de protagonismo impropio, y puede provocar al ciudadano común quien, no sin alguna envidia, le tilda de vivir mirándose el ombligo.

Se sabe que mirarse el ombligo, o sea esa práctica denominada onfaloscopia, corresponde a una posición física propia de monjes ascetas que buscan quietud y sumisión del cuerpo dirigiendo su mirada fija al punto de su ombligo, tratando de hallar la paz espiritual en su interior.

Pero son muy otras las características de vida y sentimiento de quien se considera –o se le asigna– la condición de creerse ser el centro del mundo. Porque ese es el valor no positivo del ególatra, del que siente amor de sí mismo; que no del narcisista (por ejemplo) que se conforma con estimarse guapo.

Considerarse el ombligo del mundo es creerse el mejor, el único, el más poderoso y el elegido –por su dios particular, claro–. Los hay tanto en el grupo familiar como en el ámbito laboral y el social. Y él se siente orgulloso de ello y lo disfruta, aunque pueda suponerle algún desliz por llegar a carecer de estima, infundada o no, de sus semejantes más próximos.

Es un buen ejercicio de reflexión interior mirarse uno alguna vez en ese simulado espejo de actitudes humanas que nos pueden significar también a nosotros, sí en la vida hemos tenido flaquezas o la propia convicción, que nos lleve a considerarnos el más importante ser de la Tierra.

Es bueno saber si la vanidad, la soberbia, el engreimiento, el desprecio, ha endiablado algún momento de nuestra vida. Si nos hemos comparado y hemos concluido ser mejor que el otro. Si de verdad hemos hecho lo máximo para llegar al techo. Si solo nos ha importado lo nuestro frente al mejor mérito de otros.

Estamos viviendo una época ahora mismo, a cuyo envoltorio nos han introducido dócilmente con prebendas de fantasía, encerrando un contenido vital sustancial, para empujarnos los unos contra los otros en una insólita carrera de llegar antes, de tenerlo todo ya y de solo importarnos nosotros,  a cuyo devenir no cabe augurarle resultados de mucha bonanza.

Seguramente le haga pensar que, probablemente, las heridas sociales en lo humanístico, que creo se están produciendo y ya no podrán ser suturadas, han de tener una vuelta de repaso y corrección. Para eso, esta modernidad de torre babilónica por la que subimos y bajamos a diario habrá que ensancharla de peldaños y eliminar su ascensor central para atemperar algunos riesgos.

Sobre el autor:

Joaquín Ramos López

Joaquín Ramos López

Joaquín Ramos López es abogado, vicepresidente de la Comisión Séniors del Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona (ICAB) y autor del blog Mi rincón de expresión.

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