El sistema inmunitario es la defensa del organismo, la propiedad de resistir la agresión de las enfermedades. Tras la piel, primer parapeto, los glóbulos blancos son los primeros defensores. Patrullan por todo el organismo para repeler cualquier ataque. Cuando sufrimos una agresión, por pequeña que sea, se destruyen células sanas. Esas células dan la señal de alarma para que la defensa se organice. Los vasos sanguíneos se dilatan, para que pase más sangre por ellos. Y por eso surge la inflamación. Además, como se acumulan en la zona de agresión, se comprimen las terminaciones nerviosas: y duele. Y como pasa más sangre, hay enrojecimiento y calor.
El mecanismo de destrucción de agresores se llama fagocitosis, porque desarrollan unas terminaciones que envuelven al agente agresor para acabar incorporándolo. Es como si se lo comiera. Lo que queda tras la batalla son restos de bacterias, células de tejidos invadidos y leucocitos muertos durante la lucha. Lo llamamos pus.
Pero no siempre ganan los leucocitos. O si ganan, los microbios pueden haber lanzado ya sus toxinas. Entonces, los linfocitos, especie de estado mayor de nuestra defensa, estudian la estrategia, porque los glóbulos blancos antes de sucumbir, piden su ayuda. Les llevan una muestra del agresor para que construyan un arma defensiva que pueda con él. Son los anticuerpos que tienen tal perfección que anulan al agente extraño.
Pero a veces, la enfermedad puede ser más rápida. Y la sufrimos. Pero como esos linfocitos tienen muy buena memoria, si de nuevo atacara el mismo agresor, de forma automática el organismo dispondría de anticuerpos para vencerlo…
A veces, la producción de anticuerpos es tan amplia que ya quedan para siempre en nuestra sangre. Es lo que ocurre cuando pasamos el sarampión, por ejemplo.
Y esa memoria es el fundamento de las vacunas: dar una muestra del agente nocivo al organismo, para, si llega, encontrar la defensa preparada.
Se deduce pues que todo aquello que sirve para aumentar nuestro sistema a defensivo, es como añadir un plus de salud a nuestro organismo.
Envejecer es oxidarse
Pero hay más. Según las últimas investigaciones, cuanto menos nos oxidemos más sanos vamos a estar. Todo lo que hagamos para evitar esa oxidación repercutirá en nuestra forma de ir cumpliendo años. En el envejecimiento influyen tanto factores genéticos como cambios en el propio organismo sobre los que sí se puede actuar. El envejecimiento produce un deterioro general de todas las funciones (cardiovasculares, respiratorias, renales, etc). Como señala el Profesor Tresguerres, la teoría más aceptada para explicar todo este proceso es la del estrés oxidativo, según la cual, con la edad el organismo genera, por un lado, más radicales libres que tienen el poder de oxidarnos poco a poco, lo que nos hace envejecer; y por otra parte, el sistema inmunológico produce un menor número de sustancias antioxidantes, lo que limita nuestra protección frente al envejecimiento.
Antioxidantes
Una parte del oxígeno que necesitamos se nos escapa de las mitocondrias (el motor de la célula). Y ese oxigeno es el que forma los radicales libres que son, en concreto, los responsables de esa oxidación que nos deteriora y limita nuestras defensas.
Cuando somos jóvenes, disponemos de muchas sustancias antioxidantes que impiden que percibamos el proceso de deterioro. Pero con la edad vamos teniendo menos y las mitocondrias son menos eficaces. Por eso necesitamos el aporte de antioxidantes que impidan la acción de los nocivos radicales libres.
La lucha, pues, tiene dos frentes: reducir el estrés oxidativo (disminuyendo los radicales libres) y aumentar la protección a base de facilitar al organismo los antioxidantes oportunos.
Radicales libres
Como todo organismo vivo, necesitamos energía que obtenemos de los alimentos como combustible. Y la combustión es una oxidación. En ese proceso de obtención de energía, aparecen electrones que la sustancia que está siendo oxidada (quemada) va perdiendo. Es cuando aparecen como intermediarios, los radicales libres. Por eso surgen de forma natural. También nos llegan en el proceso de asimilación de nutrientes esenciales (como el hierro o el cobre). Y de ahí la necesidad imperiosa de que tengamos que nivelar esos radicales con sus oponentes que son los antioxidantes.