Que la obesidad se ha convertido en un problema de salud pública, lo dicen todos los expertos. Y más, si se analiza con cierta profundidad la obesidad infantil. No es necesario más que recordar que el 14% de nuestros niños son obesos y hasta el 30% sufre sobrepeso. Pero es un problema de toda la sociedad y por eso, cada año o cada dos, llega con un marketing envidiable una dieta que se pone de moda y que, apoyada por algún famoso, se convierte en el catecismo alimentario de miles de ciudadanos.
Como decía Grande Covián, si hubiera una dieta efectiva que permitiera adelgazar sin recuperar el peso, no saldría una nueva cada año.
No es de extrañar pues, que los endocrinólogos llamen la atención sobre los riesgos de estas dietas que, con carencias importantes –aunque no prolongadas en el tiempo– logran una rápida pérdida de peso. Y es aquí donde hay que aclarar una cuestión fundamental:
Perder peso no es adelgazar. Esta afirmación suele discutirse mucho, pero cuando hablamos de adelgazar nos referimos a ir eliminando la grasa que nos sobra. Perder peso puede ser muy sencillo: basta un buen rato de sauna para perder un kilo... Pero ese peso se volverá a coger de manera inmediata en cuanto se beba agua. Es el peso que pierde un deportista después de una carrera o de un partido de fútbol. Inmediatamente, se recupera. Es un adelgazamiento ficticio. Por eso hay que vigilar muy bien los regímenes; muchos basan su eficacia inicial precisamente en eso: en la pérdida de agua. Y eso es lo que se consigue con las dietas que prometen un adelgazamiento rápido a base de carencias que luego pueden pasar factura en forma de colesterol elevado, o problemas de hígado. Y con el consecuente peligro del efecto yo-yo; es decir, de volver al peso anterior o incluso más. Es el sube y baja. A lo largo de una vida uno se puede someter a unas cuatro o cinco dietas distintas. Con ellas se pueden bajar hasta 15 kg, que se recuperan en los dos años siguientes.
Conviene insistir en que cuando adelgazamos no perdemos solo grasa (al principio, sobre todo perdemos agua). Al adelgazar perdemos grasa y músculo, masa muscular. Cuando engordamos, sin embargo, solo acumulamos grasa. De aquí se deduce que en esas cinco etapas de adelgazamiento –en esas cinco dietas de nuestra vida– hemos perdido un buen porcentaje de nuestro músculo, que hemos cambiado por un buen paquete de tejido adiposo: grasa.
Dos conclusiones hay que extraer de esa comprobación:
Que cuando nos pongamos a dieta, para obtener mejor resultado y compensar la pérdida de masa muscular, debemos aumentar el ejercicio físico. Eso facilita el adelgazamiento por varias razones: consume más calorías, uno se siente más ágil y el músculo se revitaliza.
Y que si no hacemos ese ejercicio, vamos perdiendo músculo. Al volver a engordar admitimos solo grasa, y eso significa que la próxima vez que nos pongamos a dieta será más difícil adelgazar, como seguramente hemos comprobado en más de una ocasión.
El ejercicio físico, pues, es otro pilar básico del adelgazamiento.
Por eso, la única forma de adelgazar de verdad es ir poco a poco.