Por anemia se entiende una disminución en la cantidad de glóbulos rojos y, por tanto, un estado caracterizado por un déficit en las funciones de la sangre. La etimología de la palabra es expresiva: A, AN = prefijo privativo = SIN; HEMO, EMIA = sangre: AN-EMIA sería literalmente, SIN SANGRE.
Un hombre normal tiene alrededor de cinco millones de glóbulos rojos por cada milímetro cúbico de sangre. Una mujer, en torno a los cuatro millones y medio. La labor de estos glóbulos resulta fundamental para la vida. Son los encargados de transportar el oxígeno a cada una de nuestras células. Y, además, son los que recogen la 'basura' de las células para llevarla hasta los pulmones. Allí, en el recambio de la respiración, la expulsamos al exterior y al inspirar cargamos nuevamente los pulmones con oxígeno para que después los glóbulos lo lleven por el organismo. Y todo, gracias a un producto que tenemos en los glóbulos rojos que es el que le da ese color rojo: la hemoglobina, rica en hierro. Ella es la que realmente transporta el oxígeno.
Una situación especial
Supongamos que los glóbulos rojos decrecen. Las necesidades del organismo siguen siendo las mismas. Pero claro, al debilitarse los glóbulos, la capacidad para llevar el oxígeno es menor. Así que tiene que surgir un mecanismo que compense. Como hay menos glóbulos, tienen que ir más veces. Es como si el número de repartidores de oxígeno se hubiera reducido y, entonces, con menos personal, tienen que llevar a cabo el mismo reparto.
El corazón tiene que latir más deprisa para enviar más veces a los glóbulos. Se acelera la respiración. Y como además los glóbulos contienen menos hemoglobina, están mas pálidos. Por eso, cuando hay anemia se palidece. Como todo el sistema está sobrecargado, puede haber desvanecimientos. Y aparece fatiga y, sobre todo, cansancio. Un cansancio crónico.
Cuando el varón tiene alrededor de 4 millones de glóbulos y la mujer alrededor de 3,7 por cada milímetro cúbico de sangre, puede decirse que comienza una anemia moderada o inicial. Si el número de glóbulos llega a bajar hasta un millón, se compromete seriamente la vida.
En cualquier caso, la anemia no es mas que una consecuencia. Por eso, lo importante es saber la causa, qué es lo que produce esa pérdida de elementos básicos de la sangre.
Hay anemias que se deben a una deficiencia en la médula ósea, porque en la médula está el tejido que fabrica los glóbulos. Es la llamada anemia aplásica, que puede surgir como consecuencia de algún tratamiento medicamentoso o por inhalación prolongada de vapores industriales: bencina, por ejemplo, o arsénico. Si se suprime la causa, la médula vuelve, por lo general, a recobrar su actividad.
Otras anemias son las carenciales. Son las que se producen porque en la alimentación faltan los elementos que van a formar parte de los glóbulos rojos, como el hierro, la vitamina B o las proteínas. O también porque, aunque se coma de todo, hay casos en que el organismo no asimila esos elementos. Y, por tanto, aunque se ingieran, no llegan a su destino final.
Otras veces la anemia se produce por eliminar de la dieta algunas sustancias fundamentales. Hay veces que un interés excesivo por adelgazar nos lleva a rechazar alimentos indispensables.
Hay otra anemia, de nombre muy popular, la anemia perniciosa. En este caso, es por carencia de vitamina B12. Y no es que disminuya la hemoglobina de la sangre, sino que podríamos decir que ocurre todo lo contrario. Desaparece una buena cantidad de glóbulos rojos de la sangre, pero los que quedan se hacen más grandes. Se produce porque falla el mecanismo de absorción. Su carencia puede deberse a una dieta desequilibrada o a que el organismo no la asimila. Son alimentos ricos en esta vitamina todas las carnes, pero especialmente el hígado, las aves, la leche y derivados, los huevos...
Hay otro grupo de anemias que se llaman hemolíticas, precisamente porque se produce una destrucción masiva de los glóbulos rojos. Es lo que ocurre cuando hay una incompatibilidad del factor Rh, tema que abordaremos en otra ocasión. También una anemia de este tipo puede producirse por alguna infección o por la ingestión de algunos tóxicos. Hay, por ejemplo, setas venenosas que la producen.