Últimamente hemos incorporado a nuestro lenguaje habitual, los anticuerpos. Se miden para saber si hemos pasado la Covid-19 y los test se realizan para conocer si los poseemos como medida de protección.
Por eso nos parece oportuno recordar qué son, qué significan y por qué pueden ser importantes.
Cuando se habla de enfermedades, uno llega a adquirir la idea de que el organismo humano es de una vulnerabilidad exagerada. Y no es cierto. Es verdad que estamos amenazados de forma continua; pero no es menos cierto que poseemos un mecanismo de defensa de una potencia tal que , si no fuera porque pierde alguna batalla, habría que considerarlo casi perfecto.Vivimos entre agresiones constantes y , sin embargo, en la gran mayoría de los casos disponemos de eso tan complejo, tan amplio y tan hermoso que se llama salud.
Nuestro sistema inmune dota al organismo de lo necesario para resistir la agresión de las enfermedades. Es nuestro ejercito de defensa.
Es verdad que nuestra primera barrera defensiva es superficial: a modo de coraza la forman la piel y las mucosas. Sin la piel, nuestra vida sería imposible. Al primer rayo de sol, nuestra agua se evaporaría y quedaríamos consumidos. Es evidente que además de la piel debemos tener otras defensas porque si no, bastaría un sólo rasguño para que las infecciones se apoderaran de nosotros.
Y esas otras defensas parten de células muy diferenciadas que se originan en la medula de los huesos. Ahí está la fábrica de esas células que son importantes componentes de la sangre: los glóbulos; los glóbulos blancos, son quizá la defensa más popular de nuestro cuerpo.
Circulan por la sangre y llegan a donde sea necesario ; incluso , se meten por los capilares para llegar a donde hacen falta. Su misión es la de patrullar constantemente, vigilar todo el organismo con a idea de repeler cualquier agresión. Supongamos que nos hacemos un rasguño o una infección. Lógicamente, se destruyen una serie de células sanas. Al sentirse agredidas, dan la señal de alarma. Dado el aviso, la defensa se organiza. De momento, los vasos sanguíneos se dilatan, para que los glóbulos blancos puedan llegar mejor. Pasa más sangre por ellos. El resultado es la inflamación.T odos lo podemos comprobar: la dilatación de los vasos para que lleguen más glóbulos blancos o leucocitos hace que el lugar se hinche. Además, como se acumulan en la zona de agresión, se comprimen las terminaciones nerviosas y duele. Y como pasa más sangre, hay enrojecimiento y calor.
El mecanismo de destrucción que tienen se llama fagocitosis, porque los glóbulos blancos tienen la posibilidad de desarrollar unas terminaciones que envuelven al agente agresor. Luego acaban incorporándolo a sí mismos. Es como si se lo comieran, materialmente.
En alguna ocasión, quien gana es el microbio que puede destruir a los glóbulos blancos. E incluso alguna bacteria llega a disparar sus armas, que son las toxinas. Otras veces, son los leucocitos los triunfadores y logran detener la infección.Y lo que queda tras la batalla; es decir, los restos de bacterias, células de tejidos invadidos y leucocitos muertos durante la lucha, es el pus.
Pero no siempre ganan los leucocitos. O si ganan , los microbios pueden haber lanzado ya sus toxinas.Y entonces, es como si voláramos un polvorín que ya está vacío.
Mientras todo esto ocurre ,los linfocitos, especie de estado mayor de nuestra defensa, observan, miran, estudian la estrategia a seguir por si los leucocitos sucumben.
Alguna vez todos hemos palpado en el cuello o en las ingles unos pequeños bultitos como una lenteja grande que son los ganglios linfáticos. Hay muchos más que los que se pueden tocar. Lo que ocurre es que como ahí están en la superficie son los más accesibles al tacto. Bien, pues en esos ganglios están los linfocitos. Son muy tranquilos. Cuando llega la infección, ellos observan desde su punto estratégico. Su misión, de momento, es ver cómo se va desarrollando todo el proceso. Y analizar quiénes y cómo son los agresores.
Si la lucha se dilata,los glóbulos blancos piden ayuda a los linfocitos. Les llevan a su mesa de estudio a alguno de los invasores. No hace falta que esté completo. Basta su envoltura,su traje , o su lanza, porque los linfocitos, como ya dijimos son los listos de la defensa, los organizadores.
El proceso es así: los glóbulos blancos o leucocitos llevan hasta el estado mayor a una de sus presas.Y ahí es donde los linfocitos empiezan su función. Analizan al invasor; lo estudian por todos los lados; hacen planos, levantan mapas, y crean el arma o la estrategia adecuada para aniquilar al enemigo.
Una vez tomada la medida, los linfocitos se reúnen y proyectan el arma más eficaz contra ese tipo de invasor. Y así construyen un arma específica que vale sólo para aquel agresor determinado.Una vez diseñado el plano de ese arma específica, los linfocitos dan la orden al organismo, para que a toda velocidad fabrique muchas armas de este tipo: son los anticuerpos. Tienen tal perfección que anulan al agente invasor. Y, salvo dolorosas excepciones, sólo actúan frente a sustancias extrañas y no frente a algunas similares que pueden estar en nosotros mismos.
El problema es que pese a su actividad, los linfocitos son lentos. Ellos tienen que estudiar previamente al enemigo y después ,construir las armas específicas. Y eso lleva tiempo. De ahí que si el invasor es muy potente o las toxinas que lanza tienen mucha actividad la enfermedad pueda triunfar.En ese caso, la fabricación de anticuerpos comienza, pero la enfermedad puede ser más rápida.
Sin embargo, hay algo maravilloso en la labor de este estado mayor: su prodigiosa memoria. Por ejemplo, si pasada una determinada enfermedad, reconocido el agresor por los linfocitos, ese agresor intentara un nuevo ataque, la situación sería muy distinta.Los glóbulos blancos cumplirían su misión. Llevarían hasta los linfocitos al agresor. Pero he aquí, que la memoria del estado mayor se pondría en marcha. Y entonces, al reconocerlo,ya no harán falta más estudios.Sin dilación, desempolvarán los planos de la vez anterior y la producción de anticuerpos será masiva e inmediata.
A veces, la producción de anticuerpos es tan amplia que ya quedan para siempre en nuestra sangre. Es lo que ocurre cuando pasamos enfermedades contra las que quedamos inmunizados para siempre. El sarampión, por ejemplo.
Precisamente esta memoria que tienen los linfocitos para producir inmediatamente anticuerpos contra un agente que ellos reconocen es el fundamento de la vacuna. Porque ellos no necesitan tener a un agresor entero para tomarle la medida. Les basta algún resto para fabricar sus anticuerpos. Así, si proporcionamos a los linfocitos un virus desactivado, o una parte suficiente de un agresor, ellos lo pueden reconocer y fabricar sus armas, de forma que cuando se presente el agresor real, el sistema de defensa esté ya organizado.
El virus
Recordemos aunque sea someramente qué es un virus. Se sitúa en la frontera de lo viviente. No es , como tal, un organismo vivo.Es, podríamos decir, una especie de cápsula que tiene dentro un ácido nucléico, un código genético, una orden , en definitiva,un fragmento de ADN.Es, simplificando, como una capsula que lleva dentro una orden. Cuando llega a una célula, el virus encuentra la posibilidad de sobrevivir y actúa como una jeringuilla: se pega a la célula y le inyecta la orden que lleva. Y entonces la célula, en vez de obedecer a su propio código, a su propia orden, obedece a la que el virus le acaba de inyectar, que no es otra que la de fabricar más virus. Hasta que hay suficientes como para que no quepan más y entonces se rompe. Y las nuevas copias del virus salen a buscar nuevas células y a reemprender el proceso. Así se va extendiendo la infección.