Por lo menos, tres de cada diez españoles tiene una cicatriz, que es la reparación que nuestro organismo hace de las heridas que sufrimos, sea cual sea el origen. Y lo hace gracias a un tejido fibroso de características distintas al resto, que se llama tejido cicatricial. En definitiva, es el proceso de recomposición que puede darse en el hueso -callo óseo-; en el estómago cuando se cura una úlcera, cuando nos operamos de apendicitis o cuando sufrimos una herida.
La cicatriz normal exterior se convierte con el tiempo en una raya finita que apenas se ve. Sin embargo, puede no ser así ya que depende de muchos factores. Puede ser anormal por el color (más blanca, más negra o más roja que el tejido circundante). Puede aumentar la anchura, de manera que aquella raya finita que había en un principio, acaba ensanchándose y adquiriendo quizá, un color rosado. Puede también destacar por el relieve, ya que puede aparecer hundida hacia adentro o bien levantada sobre la superficie de la piel. Y puede por ultimo, que haya algo de todo lo anterior, como una combinación de cualquiera de esas anormalidades. Y por si fuera poco, cada cicatriz es distinta e incluso una misma cicatriz puede tener dos partes diferentes.
Todo depende de la circunstancia personal de cada uno, de eso que tradicionalmente se llama “encarnadura”. Cada uno cicatriza a su manera y no se puede prever quién y cuándo puede producirse una cicatrización anormal.
A veces se producen abultamientos sonrosados, que hacen de la cicatriz una especie de cordón oscuro, abultado y prominente: es el queloide. Se puede corregir con otra intervención; pero en el fondo se hace otra cicatriz de incierto resultado.
Si la cicatriz surge tras una urgencia de cualquier tipo, es evidente que no hay preocupación previa. La habrá posteriormente y lo normal es que si es muy visible se vaya a la consulta del especialista en estética y reparadora para tratar de resolverlo. El aconsejará qué puede hacerse y cuándo. Desde el primer momento, debe de saber que los cirujanos, por muy buenos que sean, todavía no han inventado la goma de borrar cicatrices. Lo que ellos hacen es conocer muy bien el organismo, la piel, las zonas por las que cortan; de manera que, además de hacerlas finísimas, las sitúan en lugares donde los pliegues de la piel puedan disimularlas; o por donde queden tapadas con otros elementos, como el pelo…
Prácticamente todas las cicatrices tienen arreglo o por lo menos algún retoque aceptable. Incluso se puede llegar a la dermoabrasión que es, para entendernos, como si se eliminase un reborde con un lijado.
Si con la piel debemos tener cuidado, con las cicatrices hay que tener “mimo”. Y un consejo para cualquier cicatriz: siempre es bueno darle masaje con crema durante cierto tiempo para que se asimile todo el tejido y pase a ser una zona absolutamente normal. No debe exponerse al sol y debe mantenerse la higiene también normal. Aun tierna, la cicatriz agradece el agua y el jabón. Hay menos infecciones. No conviene abusar de la humedad, pero es aconsejable lavarlas diariamente.
Y de la misma manera que cada uno tiene su peculiar forma de cicatrizar, también varía la velocidad de resolución. Aunque los cirujanos hablan de que por lo menos hasta los 6 meses no se estabiliza, se sabe que esa velocidad puede modificarse. Por ejemplo, se cicatriza más deprisa al borde del mar y, si no hay riesgo de infección, con el agua de mar. O también cuando se somete a una oxigenación a mayor presión.
Y se sabe que se retrasa si hay estrés. Una persona con estrés tarda más tiempo en cicatrizar que una persona tónica y optimista.