Dicen los aficionados a las frases brillantes que la misión de la ciudad es hacernos añorar el campo. Y los ecologistas sostienen que todos queremos volver a la naturaleza, pero a ser posible en coche. La verdad es que las ciudades, las grandes ciudades, ofrecen oportunidad, ofrecen vitalidad, ofrecen mayores perspectivas; pero a un precio que puede resultar excesivamente caro: la pérdida de auténtica calidad de vida. ¿Se puede afirmar que la ciudad nos mata? Sin llegar a tanto sí se puede sostener que la ciudad nos invita a la enfermedad; que lejos de protegernos se ha convertido en un entorno agresivo.
La superpoblación de las ciudades está haciendo de ellas un foco de enfermedad. Hoy ya, cientos de millones de personas viven en condiciones perjudiciales no solo para la salud, sino para su propia supervivencia. Más de 1500 millones de habitantes viven en ciudades donde las partículas en suspensión superan con mucho los niveles permitidos.
El crecimiento descontrolado de la ciudad la ha convertido en un peligro. A eso hay que unir otro tipo de padecimientos, como el desarraigo, la ruptura familiar por el hecho de que emigra uno de la familia con la esperanza de reclamar después al resto.
Hablando de salud
Todo ello, pone en serio peligro nuestra salud: excesiva población, sistemas de desagüe inadecuados, condiciones laborales peligrosas, violencia callejera, estrés... Y esto se traduce en males serios, que van desde la malnutrición a trastornos mentales y enfermedades respiratorias.
Muchos jóvenes llegan a la ciudad seducidos por la libertad, el modo de vida, la esperanza de riqueza y oportunidades. Y la realidad es que muchos de ellos lo que se encuentran es con una nueva clase de pobreza.
Hay un riesgo añadido: en zonas semimarginales y superpobladas el control de las epidemias es prácticamente imposible, como estamos comprobando con la pandemia de Covid-19. El aumento de enfermedades transmisibles es directamente proporcional al crecimiento.
Y hay que llamar la atención especialmente sobre enfermedades mentales. Porque el entorno urbano es uno de los detonadores de los trastornos psíquicos. El estrés por la superpoblación, la desintegración social y familiar, el poco apoyo del entorno por los problemas exclusivamente humanos, abocan hacia la enfermedad mental. De ahí surge la violencia. La OMS ya ha declarado que la violencia empieza a ser uno de los mayores problemas de salud pública en el mundo, sobre todo para mujeres y niños.
En resumen, debemos ser conscientes de que el crecimiento incontrolado de la ciudad, el abandono de la escala humana, está poniendo en peligro la supervivencia. La ciudad, que nació con muros para protegernos, se ha convertido precisamente en todo lo contrario a la protección.
Para la Organización Mundial de la Salud, las características de la "ciudad sana" deberían ser:
- Medio ambiente limpio y seguro
- Cobertura de las necesidades básicas de sus habitantes
- Comunidad integrada
- Alto nivel de participación pública en el gobierno local
- Acceso a diferentes experiencias, interacción y comunicación.
- Promoción de la herencia histórica y cultural.