Los últimos estudios parece que incrementan la guerra antitabaco. El humo de los demás duplica el riesgo de infarto. Así de rotundo. Es la conclusión del estudio sobre 32.000 fumadoraes pasivos durante diez años y que ha puesto de nuevo en jaque a los fumadores.
Para centrarnos en los términos, digamos que se considera fumador pasivo al sujeto que de manera involuntaria respira en el ambiente en donde se fuma. Dicho de otra forma, es toda persona que no siendo fumador, respira o inhala el humo de los fumadores que están a su alrededor.
Lo que ocurre es que el fumador piensa que no es para tanto y que el inhalador involuntario es, simplemente, un exagerado meticuloso.
Se puede medir
Y prueba de ello es que se puede medir. Uno de los restos de la nicotina que quedan en el organismo es la llamada cotinina. Y la cotinina se puede determinar perfectamente en sangre, en orina e incluso en la saliva. Evidentemente, un fumador tiene una determinada cantidad de cotinina como derivado de la nicotina que inhala. Y tendrá más cuanto más fume y por tanto más nicotina tenga. Un no fumador, en buena lógica, debería carecer de cotinina. Sin embargo, si el no fumador está en un ambiente de fumadores aparece la cotinina como evidencia absolutamente fiable de que ha ingerido nicotina.
Así, se puede afirmar que en España hay por lo menos cinco millones de fumadores pasivos que se tragan sin querer, cada día, el equivalente a cuatro o cinco cigarrillos. Según la Organización Mundial de la Salud, entre el 20 y el 30% de los cánceres de pulmón entre no fumadores se deben al humo del tabaco ambiental.
Dos corrientes
Debe saberse, además, que cuando alguien fuma a nuestro lado produce dos tipos de humos. El fumador da una chupada e inhala el humo. Es la corriente principal. Luego lo expulsa. Es un humo nocivo para el entorno; pero que ha pasado por varios filtros. Es aire que se introduce por el extremo encendido del cigarrillo y atraviesa todo el pitillo pasando por las hebras del tabaco. Todo el pitillo actúa como un filtro. Pero es que, además, el propio fumador se queda con un buen porcentaje de sustancias nocivas en sus pulmones. Así, el humo que el fumador expulsa está ya bastante filtrado.
Otro problema muy distinto –y mucho más grave– es el del humo del cigarrillo que surge mientras el fumador descansa entre chupada y chupada. Es la llamada corriente secundaria. Ese es un humo que proviene de una combustión directa, incompleta, sin filtros de ningún tipo y que tiene una proporción de productos tóxicos muy superior a la corriente principal. Aunque muchos de los componentes del humo son similares, la corriente secundaria es más abundante en los más conocidos y los más nocivos. Puede afirmarse que la proporción de nicotina y alquitrán es tres veces mayor en la corriente secundaria que en la principal y que hay cinco veces más de monóxilo de carbono.
El problema, además, es que las partículas del humo secundario son más pequeñas que las del humo principal y, por tanto, llegan con mayor facilidad a todos los rincones de los pulmones.
Los informes científicos
Cada vez hay una mayor evidencia de los problemas que origina ese humo ambiental.
El estudio más polémico y que ha servido de aldabonazo para llamar la atención ha sido el del Hirayama, citado en todos los textos que abordan este problema. Estudió a 91.500 mujeres japonesas de más de 39 años a lo largo de 14 años. Y encontró que la tasa ajustada de mortalidad por cáncer de pulmón es de 8,7 por cada 100.000 en aquellas cuyos maridos no fumaban. Sin embargo la tasa entre las que tenían maridos fumadores subió a 15,5 por 100.000. El aumento es estadísticamente significativo. Pero luego, barajando los datos, pudo construir perfectamente una escala demostrativa de que el riesgo para la mujer era mayor cuantos más cigarrillos consumía su marido.
Y el estudio que citamos al comienzo de estas líneas se hizo durante 10 años y se basó en el seguimiento de 32.046 enfermeras que tenían entre 36 y 61 años.Y las clasificó según estuvieran expuestas “regularmente” al humo el tabaco de los otros; solo de manera ocasional, en casa o solo en la oficina; o que no tuvieran exposición alguna. (Durante la investigación 152 sufrieron ataques al corazón y de ellas 25 fallecieron). Las conclusiones dejan poco lugar a la duda: entre las expuestas de manera regular, las posibilidades de padecer enfermedad coronaria aumentaron en un 91 por 100. Y entre las ocasionales un 88 por 100.