¿Qué puedo hacer para vivir cien años, si mis padres no sobrepasaron los sesenta? La respuesta del viejo del lugar fue rotunda: cambiar de padres.
Hoy se podría contestar de manera muy distinta, porque el proceso natural del envejecimiento sí lo podemos modificar actuando sobre los factores que no son genéticos. Es cierto que el envejecimiento produce una serie de transformaciones corporales y una disminución progresiva de las funciones fisiológicas. Aumenta la materia grasa, se reduce la masa muscular y se produce un deterioro general de todas las funciones: cardiovasculares, respiratorias, renales, etc.
¿Por qué? La teoría más aceptada es la del estrés oxidativo, según la cual, con los años, el organismo genera más radicales libres que nos oxidan poco a poco, y nos hacen envejecer; pero además, nuestro sistema inmunológico produce menor cantidad de sustancias antioxidantes, lo que limita nuestra protección frente a esos radicales.
La lucha, pues, tiene dos frentes: reducir el estrés oxidativo (disminuyendo los radicales libres) y aumentar la protección a base de facilitar al organismo los antioxidantes oportunos.
Como todo organismo vivo, necesitamos energía para nuestra actividad vital. Y la obtenemos utilizando los alimentos como combustible. No se puede olvidar que la combustión es una oxidación. Y en ese proceso de obtención de energía por combustión, aparecen electrones que pierde la sustancia que esta siendo oxidada (quemada). Es cuando aparecen como intermediarios, los radicales libres. Por eso surgen de forma natural. También nos llegan en el proceso de asimilación de nutrientes esenciales (como el hierro o el cobre). Y de ahí la necesidad imperiosa de que tengamos que nivelar esos radicales con sus oponentes, que son los antioxidantes.
Se deduce de todo esto, que para luchar contra el envejecimiento se deben adoptar hábitos de vida saludables que generen la producción de antioxidantes. Estos hábitos se centran, por un lado, en la realización de un ejercicio físico suave (andar, nadar, montar en bicicleta, correr) tres veces por semana; en la restricción de la ingesta de calorías (en tratamientos experimentales se ha visto que la reducción de la ingesta en un 30 por 100 se asocia a un aumento del 50 por 100 de la supervivencia); y en el consumo de frutas y verduras y especialmente de antioxidantes, como las vitaminas C, E y betacaroteno.
Pero en todos los casos, y se tenga la edad que se tenga, todos nos podemos beneficiar de las terapias antienvejecimiento. ¿Y cuando tomárselo en serio? Pues es evidente que se obtienen mejores resultados si empezamos a los 50 que a los 80. Se puede prevenir un ligero deterioro e incluso modificarlo; pero no se puede detener un proceso agravado. En los hombres, el envejecimiento se produce de forma paulatina, mientras que en las mujeres el proceso se acelera sobre los 50 años coincidiendo con la disminución del nivel de estrógenos.
Y seamos realistas: no vamos a estar a los 80 como si tuviéramos 20. De lo que se trata no es de que vivamos más años, sino de que los que vayamos a vivir, los vivamos con mejor y mayor calidad.