Tenemos unos tres millones de glándulas sudoríparas repartidas por toda la superficie de nuestro cuerpo. Son de dos tipos: unas segregan el sudor que podemos llamar 'normal', el que producimos para nivelar los excesos de trabajo y de calor; y las otras, que también pueden llamarse “hormonales” que segregan un sudor más rico en azúcares y que al descomponerse producen un olor distinto, diferencial y único. Se localizan sobre todo, en axila y pubis. En algunos animales son las que producen las feromonas, a las que se achaca la capacidad de atracción sexual.
Recordemos que, en general, el sudor es un líquido acuoso con sodio, potasio, y elementos de desecho, como urea y amoniaco.
Uno de los inconvenientes graves de la sudoración está en su olor. Depende, en principio de la zona que suda, ya que como hemos visto hay dos tipos de glándula. Y, además, el olor depende de la composición del sudor. Influye la ingestión (hay quien después de haber comido ajo, tiene un sudor que huele a ajo). Depende en definitiva de la sustancia que segregue. Si se trata de azúcares –base de la secreción de las axilas, por ejemplo– las bacterias los descomponen rápidamente, con lo que el olor aparece con cierta rapidez, siendo, además, un olor característico.
Son varias las zonas en donde el ser humano localiza esas glándulas sudoríparas: además de en los sobacos (hay culturas en donde el rasurado femenino de las axilas está muy mal visto), las tenemos alrededor del ombligo, en los genitales, en las areolas y –cosa muy curiosa- alrededor de la oreja. Hay quien apunta que de ahí procede la tan extendida costumbre femenina de aplicarse un toque de perfume detrás de la oreja.
La higiene
En general y especialmente la mujer, tiene una preocupación excesiva sobre su higiene íntima, casi siempre motivada por un temor exagerado a los olores. Debe partir de una base: con una higiene normal, y un diario cambio de ropa interior, no tienen por que aparecer olores de ningún tipo. Hay además en el mercado muchos productos que se pueden utilizar tomando siempre las debidas precauciones. Porque ciertamente hay muchos desodorantes que pueden ser útiles; pero algunos tienen un olor excesivamente fuerte y pueden acabar irritando la piel.
Atención: los especialistas recomiendan evitar desodorantes fuertes porque además de la posible irritación, pueden enmascarar uno de los síntomas de infección, que es un típico olor del flujo.
Suelen recomendarse productos neutros que no irriten la piel y que no la despojen de su manto ácido. Por eso tampoco se aconseja una higiene excesiva como la de las duchas vaginales, porque el organismo dispone de su propia defensa en equilibrio, que esa higiene podría alterar.
La piel de la zona genital femenina no es como la del resto del cuerpo: es, además de más fácilmente irritable, mucho más delicada en todos los aspectos. Por otra parte, como decíamos, la acidez del flujo vaginal es un mecanismo de defensa porque precisamente por ese componente ácido no permite la presencia de microorganismos.
El problema es que en su parte externa, esa piel esta en contacto permanente con el sudor, con restos de orina, con restos de menstruación y por eso es necesaria su higiene esmerada, pero no excesiva.
En resumen
- Uso de ropa interior de algodón, huyendo de fibras artificiales.
- No emplear ropa demasiado ajustada que facilite la sudoración. Por lo mismo, no permanecer sentada un tiempo excesivo.
- Utilizar productos específicos que no irriten, que sean hipoalergénicos y que sean neutros para no alterar la acidez de la piel.
- No utilizar desodorantes fuertes, porque además de irritar pueden enmascarar algún olor que puede ser síntoma de una infección.