El próximo cambio de hora será en la madrugada del sábado 24 al domingo 25 de octubre. Tocará retrasar los relojes una hora. Se habla del ahorro energético que proporciona. Aunque todo depende que seamos madrugadores o trasnochadores. ¿Es realmente notable lo que se ahorra si se enciende la luz una hora más tarde por la noche? ¿O queda compensado con que por la mañana hay que encenderla una hora más temprano? Como dice algún experto, todo depende de que seamos trasnochadores o madrugadores. Porque si hace unos años, España se caracterizaba por prolongar el día, no cabe duda que desde hace algún tiempo nos caracterizamos también por madrugar de manera notable. Es evidente que si son más los que madrugan, el ahorro será muy pequeño, si es que lo hay. Si son más los que trasnochan, quizá sea conveniente. Recuérdese que este cambio se adoptó tras la crisis del petróleo de los años setenta. Y son casi un centenar de países quienes siguen esa norma.
¿Se ahorra algo?
Según cálculos oficiales se ahorra en energía hasta un 5%. Traducido a la economía familiar se situaría en torno a los 7-8 euros por hogar, lo que redondeando serían para el conjunto de España unos 90 millones de euros. Hay que añadir, además, lo que se ahorra en los comercios. Otra ventaja del cambio horario es que permite durante una larga temporada una mayor movilidad al sector turístico, al aprovechar una hora más de luz. Y también, por la misma razón, mejora el tráfico.
¿Cómo lo sufre el organismo?
El primer día tenemos la sensación de un cierto desfase (especialmente a la hora de las comidas). Pero las posibles alteraciones son muy moderadas y en una semana se resuelven.
Suele apelarse a que se puede modificar el ciclo circadiano, esa especie de reloj interno que tenemos cada uno de nosotros. Es posible, pero poco probable que ese ciclo se vea alterado por una hora de diferencia, ya que nuestro cerebro percibe las señales de luz y temperatura y se va a adaptando gradualmente al escenario.
Hay quien sostiene que se podría producir una especie de sensación como la del jet-lag (cuando por viajes aéreos hay desfase de día y noche); pero insistimos, que al tratarse de una hora, no es apreciable.
Por otra parte, también se dice que al disminuir las horas de luz (cosa que ocurre en el otoño, con o sin cambio de hora) puede aumentar la incidencia de depresión. Pero aparece como ventaja que al tener un crepúsculo mas largo, el organismo va entrando serenamente en la etapa de sueño.
La realidad es que cuando se midió a una serie de voluntarios el estado de alerta a las nueve de la mañana, y su temperatura corporal, se llego a la conclusión de que las variaciones eran mínimas y que en unos días, la adaptación era total.
¿Tienen los niños una sensibilidad especial?
Sí, pero como no tienen todavía establecidos de manera muy definida esos ritmos lo notan menos. Además, tampoco tienen una disciplina rígida, y por eso lo toleran muy bien. Los niños pueden notarlo especialmente a la hora de las comidas y a la hora de acostarse. Los primeros días, estarán más remolones y, por consiguiente, a la hora de levantarse también lo notaran más. Y lo mismo puede ocurrir con las comidas. De todos modos, como dicen los expertos, son alteraciones que al cabo de una semana se resuelven.
¿Qué nos cambia?
Son siempre pequeños matices que dependen siempre de cómo estén instalados esos ritmos circadianos en nuestro organismo. (No se olvide que se llaman circadianos porque son de “cerca de un día”). Es difícil que una hora nos altere de manera considerable. Se sabe, por ejemplo, que los cambios a la hora de despertarse con el cambio del otoño son positivos y uno se levanta con más energía. En primavera tenemos más dificultad para despertarnos por la mañana, pero enseguida nos ajustamos a la hora de dormir.
Algunas investigaciones señalan que en primavera se adelanta el sueño y aumenta la fase profunda. En otoño, tras el cambio de hora, mejora la habilidad numérica, la calidad del sueño y el estado de ánimo. Pero los especialistas sostienen que depende, fundamentalmente, de las personas.
¿Merece la pena?
Solo se puede obtener una respuesta válida tras examinar grandes números. Y si hay una serie de países que aceptan este cambio y si oficialmente se nos dice que el ahorro energético es notable, habrá que convenir que sí merece la pena, aunque suframos algunos trastornos menores. Porque, aunque es verdad que a escala individual no hay ventaja alguna, parece que a escala nacional es útil y conveniente.