Cerca de un 15% de los niños españoles presenta trastornos disociales antes de la mayoría de edad, según profesionales de la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria. Y lo grave es que asocian ese trastorno a la ausencia de las figuras paternas o a las características de la familia.
Sin duda, la estructura social tiene mucha relación con todo esto. Si los dos padres trabajan dejan a los niños pequeños en manos de los abuelos, en el mejor de los casos, y es entonces cuando los pequeños se rebelan con comportamientos negativos o agresivos.
Otra circunstancia es la que se deriva de la separación de los padres y, por tanto, de la ausencia de uno de los dos, que, al ser pequeños, suele ser el padre.
Cada vez más casos
Los pediatras ponen de manifiesto que cada vez atienden más casos por alteraciones de conducta. Concretamente dictan dos tipos de trastorno: el de déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y el negativista desafiante(TND), que se presentan antes de la mayoría de edad. La educación juega un papel primordial y se debe procurar que el niño vaya asumiendo responsabilidades y, sobre todo, que sepa que hay normas y límites que no se debe consentir que se sobrepasen.
Déficit de atención
Las primeras señales de TDAH suelen presentarse en edades preescolares y hacerse evidentes durante la etapa escolar (entre los 6 y 12 años). Los síntomas más comunes son la falta de atención, tanto en tareas escolares como en juegos, no escuchar, mostrarse olvidadizo y perder cosas, ser inquieto y, en definitiva, ser uno de esos niños 'que no para'.
Negativista
El otro trastorno, el negativista desafiante, es más complejo y no siempre se diferencia bien de la falta de atención. Aquí el niño se caracteriza por mantener una actitud retadora e incluso provocadora. Pero es que según los especialistas, hasta un 40 por 100 de quienes padecen el TDAH muestran también ese permanente tono bravucón.
Normas
Los pediatras de atención primaria y extrahospitalaria recomiendan, por ejemplo, fraccionar la información; organizar las tareas según su capacidad de realización; establecer horarios y rutinas para ayudar a mejorar la organización y planificación; limitar los estímulos para disminuir las interferencias en las actividades que requieren un esfuerzo mental. Y dicen que es más eficaz mantener una actitud positiva con el niño e intercambiar los castigos por las alabanzas.
Cuando los padres se separan
Es otro problema y no pequeño. Tendemos a creer que el maltrato es sinónimo de golpe. Pero hay más tipos de maltrato que no dejan cicatriz física, sino que dejan su huella en el alma. Quizá el primero es la falta de afecto o el abandono.
Pero hay otro maltrato más sutil aún. El que se produce con los hijos después de la separación de los padres. Cada año se rompen más de 100.000 parejas. Unas veces de forma amistosa, otras con discusiones graves sobre economía, custodia o régimen de visitas. Y si no hay una conciencia seria de la educación de los hijos, puede surgir eso que ya se llama síndrome de alienación parental, que, para entendernos, es el lavado de cerebro al que uno de los progenitores somete al hijo para que acabe odiando y despreciando al otro.
Es un maltrato insidioso, que va avanzando poco a poco, a base de adjetivar la actitud del oponente. De ir poniendo ante los ojos del niño la falta de atención, o el escaso esmero en la educación, o la tardanza en el cumplimiento de los acuerdos económicos, o en tantas cosas...
Lentamente, quien aliena, es decir, quien trata de poner al hijo frente al otro, va influyendo en la mente infantil de manera que el progenitor ausente se va desdibujando en su imagen y en su archivo sentimental; y esa imagen se va sustituyendo también de forma paulatina por la de una especie de individuo que ya es ajeno y al que hay que temer y despreciar. Porque en la labor diaria siempre habrá ocasión de hacer reproches al que no está.
Para el niño, peor que si se hubiera muerto, certifican los psicólogos. Porque aparte de su desaparición, por debajo late la idea no solo de no ser querido, sino de ser abandonado.
No es extraño que, como sostienen los pediatras, surjan problemas de conducta.