No es la primera vez que hablamos de la siesta. Y convendrán conmigo que es un magnífico invento, especialmente cuando vamos cumpliendo años y es inevitable adormilarse tras la comida.
Que la dieta mediterránea tiene muchas ventajas está fuera de duda. Pero se suele ignorar que más que una dieta es una forma de vida, que incluye hasta un vaso de vino y… esa cabezada después de comer que llamamos una pequeña siesta.
Durante un tiempo se decía que era el vicio de los españoles. Y sin embargo ahora, estudios muy concienzudos nos dicen que tiene grandes beneficios. Puede ser una necesidad biológica.
En cuestión de siestas hay que decir lo mismo que en cuestión de ferias: que cada uno habla de ella, según le va. Hay gente que no puede prescindir, no ya de siesta, sino de esa cabezada después de comer, sentado ante la tele. El profesor Jim Horne, investigador del sueño acaba de recomendar a los británicos dormir un cuarto de hora después de la comida. Dice que renueva a la persona y reduce el número de accidentes de tráfico.
Según este investigador, el organismo tiene una disposición natural a dormir dos veces diarias. Una cabezada a mediodía y una serie de horas por la noche.
Lo que ocurre es que en la siesta influye mucho la costumbre; si no la tiene, puede perder la noción del día e incluso, si es larga, tendrá la sensación de que le han despertado a media noche, con el consiguiente mal humor. Si la siesta es corta no sufrirá ese “mal despertar”.
La siesta debe ser breve, precisamente para que no invada otras esferas de sueño y acabe produciéndonos esa idea de despiste e incluso de mal humor.
Una siesta de 40 minutos permite volver al estado de máxima alerta y atención, según un estudio realizado por la NASA. Muchas compañías aéreas ya aconsejan esa siesta a sus pilotos. Y lo que parece demostrado es que la siesta corta sube la moral, mejora la atención, la productividad y la seguridad de los trabajadores. Entre los aficionados a la siesta se puede citar a Leonardo da Vinci, Edison, Churchill, Clinton y Sharon Stone.
Y en lo que todos los especialistas están de acuerdo es en que la siesta es beneficiosa, si es breve. Más de 30 minutos ya supondría alguna desventaja, porque permitiría al organismo llegar a las fases más profundas del sueño y se traduciría en despertar incómodo, en perder la noción horaria e incluso en dolor de cabeza. Hay que desterrar la idea de aquella siesta de la que hablaba Camino José Cela: siesta de pijama, orinal y padrenuestro.
El Dr. Estivill, una de las mayores autoridades en problemas de sueño, sostiene que lo conveniente sería dormir entre 10 y 20 minutos, para no pasar del sueño superficial. Debe hacerse, después de la comida, a primera hora de la tarde, en lugar tranquilo y con la seguridad de que le despertarán a la media hora.
La única contraindicación que la siesta tiene es el insomnio nocturno. Sobre todo cuando se cumplen años. Porque aunque con la edad el sueño se hace más escaso, fragmentado y superficial, el 35 por 100 de los mayores padece algún tipo de insomnio que se incrementaría con la siesta.
Y es muy curioso el origen de la palabra siesta. Ya no se duerme a la “hora sexta”, que eran las doce del medio día, y que precisamente dio origen a la palabra siesta. Los monjes se levantaban a las seis de la mañana. Seis horas después, es decir, a la hora sexta se les servía la comida. Tras el refrigerio de las doce “sexteaban” y en muchas ocasiones se adormilaban durante la meditación. Ese es el origen de la siesta.