Si tiene más de 65 años, por término medio, toma más de cinco cada día. Como cada vez vivimos más, también tenemos que pagar el tributo de las enfermedades crónicas. Y para contrarrestarlas los médicos nos prescriben una serie de fármacos que pueden tener acciones distintas. Como señalan los médicos de familia cuando se toman dos medicamentos, el riesgo potencial de interacción es del 6 por 100, pero cuando se toman cinco, por lo menos en la mitad de los casos, hay una interacción no deseada.
Con la edad vamos teniendo distintos achaques que requieren una medicación determinada. Si no es para reducir el colesterol, es para la tensión; y los antiinflamatorios, para el reuma o los analgésicos para el dolor. Por si fuera poco y para prevenir las posibles consecuencias digestivas de algunos de esos medicamentos, nos prescriben también un protector gástrico. Puede que en principio nos asuste; pero debe saberse que quien prescribe tiene en cuenta una serie de factores determinados y conoce las posibles interacciones de ellos. Por eso hay que tener un especial cuidado con la automedicación.
Es verdad que un medicamento aislado puede tener un efecto. Si se le añade otro, esa acción puede multiplicarse o anularse. Es el efecto de antagonismo o sinergismo. El sinergismo o potenciación de dos fármacos se usa frecuentemente con ese fin: lograr una mayor eficacia. Pero entraña también sus riesgos. Pese a todas las experiencias que se realizan antes de que un fármaco llegue al mercado, siempre pueden aparecer efectos indeseables insospechados, bien porque se aplican en una determinada circunstancia, bien porque aparecen a largo plazo. Por eso la Organización Mundial de la Salud tiene su comité de farmacovigilancia que investiga y estudia estadísticamente los efectos de los distintos fármacos.
Riesgo - Beneficio
Ahora bien: cuando se receta un fármaco se valora cuidadosamente la relación riesgo/beneficio. El riesgo, conocido, puede despreciarse si el beneficio es mayor. Las molestias de estómago quizá sean despreciables frente a la posibilidad de eliminar una infección. Pero no se puede olvidar que cualquier principio activo produce en el ser humano una serie de efectos simultáneos. El de más valor es el terapéutico; pero pueden no ser despreciables los otros. Un antihistamínico, por ejemplo, neutraliza la reacción alérgica, pero puede producir trastornos en la visión y una somnolencia notable. Hay antianémicos que pueden provocar eritemas y caídas de tensión; el uso de corticoides puede producir una úlcera; algunos antibióticos tienen efectos negativos como pérdida de oído, afecciones renales, reacciones alérgicas de consideración, oscurecimiento de los dientes, además de las resistencias que puede crear.
Incluso en el colmo de nuestra ignorancia solemos elegir la forma más cómoda de administrar el medicamento, como si las presentaciones fueran un capricho. Cada presentación tiene una absorción distinta por el organismo. Es evidente que no es lo mismo una cucharada de jarabe, que un supositorio o que una inyección intravenosa. La absorción es distinta y por tanto la dosis también es distinta.
Cuando nosotros alegremente nos disponemos a automedicarnos ignoramos la información farmacológica que el profesional que receta conoce. Por eso, si el médico nos prescribe una serie de sustancias, piense que él sabe por qué. Y que ha valorado el riesgo. Porque el conoce la farmacodinámica, que son los efectos que la sustancia produce y la farmacocinética que es lo que ocurre con el fármaco después de su administración. Del destino del fármaco depende que sea útil o no. Datos a tener en cuenta son la absorción de la sustancia, la difusión que tiene en el organismo, la transformación metabólica, (la digestión del medicamento, en una palabra) y por tanto, su eliminación.
El camino de una pastilla
Cuando usted la toma, lo primero que su organismo hace es extraer el principio activo. En el tubo digestivo, la pastilla se deshace y el principio activo se libera. (Se dice entonces que está biodisponible ). De ahí, toma el tren de la sangre para llegar a la zona en donde debe actuar, para llegar a su destino. Pero claro, tiene que ir en una concentración suficiente. Por eso todo medicamento tiene su dosis y sus horas de ingestión.
Si se desea que el principio activo llegue a la sangre cuanto antes, se inyecta directamente. Es la inyección intravenosa. Si se pretende que la absorción sea más lenta, que llegue más despacio a la sangre, se puede inyectar por vía intramuscular o subcutánea. Cuando el medicamento se ha absorbido, es decir que ya llegó a la sangre, ella lo lleva a los rincones en los que debe cumplir su función. Y después es eliminado por el organismo. Muchos fármacos se expulsan por la orina: pero cada medicamento tiene su forma particular de eliminarse. Unos los transforma el hígado y llegan a la orina, al sudor e incluso al aliento (¿Se ha fijado cómo huele alguien que se haya puesto un supositorio balsámico?).
Como cada medicamento tiene una composición, tiene también un tiempo de acción y de eliminación. Por eso, unos se deben tomar cada 6 horas y otros cada 12 , ya que de lo que se trata es de que se tenga una determinada concentración y durante un determinado periodo de tiempo. Por eso se indica dosis, cuándo se debe tomar, cómo y cada cuánto tiempo.
Si le dicen que debe tomarlo con las comidas se debe posiblemente a que si lo toma con el estómago vacío puede crear malestar; o si tiene alguna dolencia gástrica, puede agravarse. Si le dicen que debe ser en ayunas se puede deber a que el estómago lleno puede dificultar la absorción. Y no crea que por ingerir más cantidad de medicamento va a conseguir una más rápida curación. Más cantidad de sustancia activa no aumenta la eficacia y sí la posible toxicidad.