Con cierta frecuencia nos asomamos a una caña de cerveza. Y solemos ponerle íntimamente el adjetivo de inocente; porque entre las bebidas alcohólicas, la cerveza es de las de menor graduación. Fría, sabor agradable…
La imagen de la cerveza que tenemos en la memoria está siempre unida al verano. Pero no es menos cierto que sigue teniendo un alto consuno a lo largo del año. Por eso, nos parecía interesante comentar algunas curiosidades de la cerveza, para que cuando esté ante una, pueda surgirle una sonrisa.
Lo primero que hay que destacar es que la cerveza es casi tan antigua como el hombre. Y seguramente al conocer algunas anécdotas de su transcurrir por la historia, la mirará con mucho más respeto.
Porque digno de respeto es algo que, teniendo básicamente los mismos ingredientes, llegue a contar hasta 800 tipos diferentes, como hay en Alemania. Ya los babilonios tenían alrededor de 20 clases distintas de cerveza. Y hoy vas a algún lugar especializado y te pierdes en los tipos, en los grados y en los colores de esta bebida.
Hay quien la llama pan líquido. Y tiene cierta razón. No por darle el carácter de alimento básico que el pan tiene, sino porque cerveza y pan debieron nacer casi al mismo tiempo. Cuando a alguien se le ocurrió moler el cereal y amasarlo para que fermentara y darle después calor, algún otro pensó en la posibilidad de poner los granos de cereal en agua y esperar a que evolucionara. Pan y cerveza son hermanos de cuna y de esencia. Cereal y agua.
Y ciertamente, todos tenemos la idea de que la cerveza contiene una serie de nutrientes (es verdad que si se quieren nutrientes los hay mejores y en más cantidad en otras sustancias).
De todos modos, de sus cualidades alimenticias sabían mucho los monjes de los distintos monasterios. Porque debe saberse que cuando se generalizó la cerveza, así como las casas tenían su propia tahona, empezaron a disponer también de su propia cervecería .Y lo mismo ocurría en los monasterios. Los monjes amasaban su pan y hacían su cerveza. Era como el aprovechamiento total de lo que producía la tierra.
Cereales para comer, cereales para beber. Los monasterios fabricaban la cerveza para su propio consumo. Y en la época de cuaresma la cerveza adquiría una importancia vital. Los monjes cumplían estrictamente el ayuno. Una sola comida al día. Pero como el mandato nada decía de los líquidos, la cerveza les ayudaba a soportar –y con alegría– el hambre. Por sus nutrientes y por su pequeña graduación.
Los sumerios, y nos remontamos a más de siete mil años antes de Cristo, ya tenían su cerveza a base de trigo fermentado. Tostaban los cereales y luego los dejaban en el agua, que espumara ligeramente. Seguramente se pasaban en el horno y de ahí que siempre, según los testimonios de la época antigua, era más conocida la cerveza negra. Una cerveza, dicho sea de paso, que debía ser sosa y dulzona, pues no tenía los ingredientes que tiene la que hoy bebemos.
La bebida nacional egipcia podíamos llamarla también cerveza. Era cereal fermentado. Pero un cereal que más parecía una sopa de pan, ya que se hacía troceando pan y dejándolo macerar durante varias jornadas
Lo que más puede llamar la atención son sus nombres. Vean, por ejemplo qué curioso: la cerveza que consumían los celtas se llamaba alo, palabra muy similar a la que hoy en los crucigramas aparece como cerveza inglesa, es decir, ale.Y el otro nombre que la historia nos ha dejado es el de los romanos, que bebían ya cerveza de cebada y que llamaban brior. Es evidente el parecido del término con el nombre que la cerveza tiene hoy en todo el mundo: biere, bier, birra
El lúpulo no entró en la historia de la cerveza hasta mucho tiempo después, hacía el siglo XVI.
Y ahora, tómese una cerveza. Brillante, como sonriendo de las anécdotas de su historia. Recuérdelo cuando pida una caña. Y no haga como hacían los cerveceros de hace tres siglos. ¿Sabe cómo sin probarla sabían si una cerveza era de buena calidad, si tenía suficiente cuerpo? Tiraban un poco de cerveza en el banco donde habrían de sentarse. Si después el pantalón se quedaba pegado a la madera, era señal inequívoca de que la cerveza era de buena calidad. Cuanto más pegajosa, mejor.