Se sabe ya que por lo menos en un 80% de casos, el trastorno por déficit de atención e hiperactividad tiene un origen genético. Y se sabe también que puede haber factores exteriores que precipiten o descubran el síndrome latente. Suele citarse como ejemplo que los hijos de madres fumadoras que tengan esa condición genética tienen más probabilidades de sufrir ese mismo trastorno. Es tan clara la posibilidad hereditaria que muchos padres se han dado cuenta de que ellos lo han padecido cuando se lo diagnosticaron a su hijo.
Aparece en los primeros años de vida en forma de inquietud y de inmadurez, con comportamientos extraños y sin que haya lesiones neurológicas. Quien lo padece no puede mantener la atención durante un periodo prolongado de tiempo, se distrae, no termina lo que empieza porque lo que tiene realmente es una dificultad enorme para concentrarse. Por eso parece que no escucha. Además, tiene una actividad que no solo es excesiva, sino y sobre todo, desorganizada, sin fin concreto, como si obedeciera a impulsos ajenos. Tienen poca tolerancia a la frustración y requieren que sus deseos se cumplan de manera inmediata.
El cuadro es, como se ve, de una gran amplitud y se presenta alternativamente con episodios de mayor actividad o de menor atención. Son, podríamos decir, las muestras externas del trastorno, de la dolencia. Por eso, una de las preocupaciones de los padres es dar a conocer el problema para que se pueda comprender públicamente que no se trata de niños malcriados, mimados o consentidos en exceso; sino de niños enfermos que tendrán mejor evolución cuanto más temprano se realice al diagnóstico y mas pronto se instaure el tratamiento. Porque uno de los problemas más graves con que se encuentran las familias es la tardanza en obtener un diagnóstico claro. Pueden pasar hasta dos años y medio antes de tener una confirmación que permita iniciar el tratamiento, que, en un elevadísimo porcentaje, obtiene una respuesta positiva. Sin embargo, apenas una cuarta parte de los afectados recibe la ayuda terapéutica.
Es uno de los trastornos psiquiátricos más comunes en la niñez. Hasta la mitad de los niños que visitan al psiquiatra pueden diagnosticarse con el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) o de hiperkinesia, o de disfunción mínima cerebral, que de todas esas maneras es llamado. Puede afectar hasta el 8% la población escolar Se presenta con mayor frecuencia en niños que en niñas en una proporción de 10 a 1. La prevalencia también es mayor entre las clases socioeconómicas bajas.
Aunque no se encuentra un por qué claro son varias las teorías que intentan explicar el origen o la causa de la aparición del síndrome. Se llamó disfunción mínima cerebral porque durante un tiempo se creyó que todo se debía a leves e indetectables lesiones en el cerebro. Y aunque podría explicar algún caso, la teoría se rechazó. También se habló de que un exceso de azúcar en la primera infancia podría tener relación con la actividad excesiva. Tampoco explicaría todos los casos. Lo que sí parece claro, pese a todo, es que el síndrome no está causado, como superficialmente suele creer el entorno del niño, ni por ver demasiada televisión, ni por alergia a algún tipo de comida, ni por consumir demasiada azúcar, ni por vivir en un hogar desagradable, ni por estar en una escuela sin recursos. Tiene una base genética.
Como la enfermedad, aunque tratable es crónica, también estos niños pueden ser adultos hipercinéticos. Pero por regla general, cada 5 años las personas con este síndrome reducen los síntomas a la mitad entre los 10 y los 25 años. Y hay muy ilustres profesionales que desarrollan plenamente su actividad habiendo padecido de niños este trastorno.