Comer deprisa es una de las razones por las que la digestión se hace pesada. No podemos olvidar que lo que no haga la dentadura tiene que hacerlo el aparato digestivo. Por eso, una de las normas que se debe imponer es masticar más, mucho más. Comer despacio. Ya se sabe que comer deprisa induce al sobrepeso. Masticar mucho más, con el fin de que la digestión sea para digerir y no para triturar lo que las piezas dentales no han hecho.
Uno de los consejos populares para tener una vida sana era aquel de “Tranquilidad y buenos alimentos”.
La dieta
No cabe duda de que parte del problema estriba en lo que comemos. Evidentemente, una comida grasa regada con alcohol será de digestión más pesada que una comida ligera. Si es proclive a una digestión lenta, ya sabe que debe prescindir de guisos muy condimentados o con exceso de grasa y debe huir de las salsas con nata y mantequilla. Carnes rojas, embutidos y quesos, siempre con moderación. Aunque parezca mentira, uno de los motivos de muchos ardores de estómago estriba en el café (y en el tabaco, sobre todo en ayunas). Si cambia el café por la manzanilla o poleo su estómago se lo agradecerá.
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Reforzar la flora intestinal a base de yogur es una buena práctica. Si tiene digestiones pesadas el yogur puede ser su postre.
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Picantes o aliños como la mostaza pueden irritar la mucosa y provocar acidez.
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Frutas, cereales, ensaladas y todo aquello que proporcione fibra es siempre recomendable. La fibra absorbe agua y como no se digiere, facilita el tránsito intestinal.
- Y dejar pasar un tiempo razonable entre la cena y el momento de irse a la cama.
El estrés
Tampoco la tensión es la compañera ideal de una buena digestión. Y además, digámoslo cuanto antes, el estrés engorda. Y no olvidemos el dato: Estrés, nerviosismo o fatiga es lo que acusan al menos el 60 por 100 de españoles.
Podría decirse que la gran mayoría de los que sufren estrés buscan en ocasiones el consuelo primario de la comida. Y además, no se trata de comer aquello que podría consolarnos sin engordar: es como si buscáramos todo lo que engorda; desde los bombones al helado pasando por la bolsa de patatas fritas que tantas veces nos hemos negado.
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El problema del estrés es que no acabamos de asumirlo. Porque no depende del entorno, ni de los demás, ni del trabajo. Depende sobre todo de nosotros mismos y de la forma que tenemos de afrontar ese trabajo y ese entorno. Y hacerse una pregunta: si realmente nos calma comer ¿Por qué tiene que ser precisamente comida que engorde? ¿Por qué el recurso casi siempre es el caramelo, la barrita de chocolate, el bombón o los frutos secos? Luche contra el estrés y gozará de mejores digestiones. Para ello debe:
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Descargar tensiones acumuladas. Acompasar el esfuerzo psíquico con el físico. O sea, deporte, pero de forma acompasada y progresiva. Imponerse la norma de la adaptación. Asumir que se vive en un entorno hostil. Reconocer por ejemplo, que el tráfico es como es y que no por enfadarnos va a mejorar.
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Revisar la escala de valores de cada uno para situar el trabajo en su justo término. No agotarse para tener más. La vida tiene otros alicientes.
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Comunicar, compartir y sentirse compartido como ser humano, sentirse solidario con algo, con alguien. Tener una vida en común o por lo menos, comunicada.
¿Y la siesta?
Si es breve, como razona el dicho, dos veces buena. En esto hay que apelar a la costumbre. Hay quien duerme la siesta –como diría Cela “de pijama, padrenuestro y orinal”– y a quien una siesta de este tipo solo le sirve para constatar una vez más que el sueño le paraliza la digestión y que se levanta como si se acabara de comer.
Un rato de siesta –esa cabezada en el sofá– puede ser saludable, porque interrumpe la jornada y ese cuarto de hora es suficiente para desconectar y recuperar el tono; pero una siesta más larga, no sirve mas que para demostrarnos la lentitud con que se digiere estando tumbados, y hacernos patente una vez más, la pesadez de la digestión.