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Martes 16 de julio de 2019
3 minutos
Muchos de los antibióticos que usamos pueden perder su efectividad por la aparición de cepas resistentes. Y es un problema grave.
Son varias las causas que crean esas resistencias. La primera es que cuando se nos prescribe un tratamiento antibiótico casi nunca lo completamos. Cuando nos encontramos bien, dejamos de tomarlo. ¿Y qué ocurre? Pues que al no completar el tratamiento, alteramos la ecología de las bacterias y les damos capacidad para desarrollar su fortaleza. Y debe saberse, sin apelar al sensacionalismo, que aunque hoy se dispone del mayor número de antibióticos de la historia, se dan casos de carencia o casi carencia de tratamiento efectivo contra algunas infecciones. Sólo unos ejemplos: todos los estafilococos eran sensibles a la penicilina en 1941. Hoy, la penicilina apenas puede con el 5 por 100 de estos gérmenes. El neumococo tiene al menos un 40 por 100 de resistencias a las penicilinas y el hemophilus un 35. Ya hay una salmonella resistente a cinco antibióticos.
Como es lógico, los gérmenes asediados por los antimicrobianos buscan su supervivencia y solo tienen dos caminos: o adaptarse o morir .Es lo que se llama presión selectiva. Los que sobreviven lo hacen porque crean resistencias. Y desde el plano médico eso quiere decir que un microorganismo resistente es un microorganismo que no puede ser vencido por un tratamiento clásico.
La Organización Mundial de la Salud llama la atención en este sentido. Porque además esos antimicrobianos se utilizan en agricultura, en ganadería y piscicultura para tratar o controlar las infecciones o para activar el crecimiento y mejorar la rentabilidad. Esos usos incrementan la presión selectiva total que se ejerce sobre los agentes infecciosos y, por tanto, aceleran la aparición de resistencias. El problema se agrava porque las bacterias resistentes pueden pasar fácilmente de una persona a otra, contagiándole la infección y aportando los genes mucho más fuertes a otras cepas.
Como además las bacterias también viajan, aparecen en cualquier lugar del mundo cepas que adquieren resistencia en Asia o en Africa.
Y como ha ocurrido con la salmonella o la compylobactyer, puede pasar de los animales o a través de los alimentos al ser humano.
La primera consecuencia es el fracaso terapéutico y, por tanto, la prolongación de la enfermedad, con todo lo que lleva consigo. Puede también aumentar el número de enfermos y el tiempo de sufrimiento.
No olvidemos que la resistencia es una respuesta natural de los microbios a los agentes que luchan contra ellos. Por eso, habría que abundar en campañas contra el uso inapropiado de antibióticos. Y desde luego, evitar el abuso en usos veterinarios y agrícolas. Y recuerde que interrumpir el tratamiento prematuramente es lo que crea quizá, el mejor entorno para que los agentes infecciosos puedan desarrollar las resistencias.