Hasta el siglo XX, la esquizofrenia se llamó demencia precoz porque una de sus características es que afecta a personas muy jóvenes. La enfermedad se desencadena entre los 20 y los 30 años. Se trata de una alteración específica del pensamiento, del sentimiento y de la relación con el mundo exterior. Esquizofrenia significa literalmente cerebro partido.
Un día el enfermo siente que le pasa algo. Expresa incluso la sensación de que se va a volver loco. Y empieza un empobrecimiento progresivo de la vida afectiva y de la actividad psíquica. Incluso pierde la sensación de tiempo y de lugar y nota una serie de síntomas que se pueden englobar en el término de “trastorno de gobierno del yo”. Es decir, se siente manipulado por fuerzas extrañas. Siente que su yo no lo gobierna él. Y dice cosas como que le roban los pensamientos, o que le meten ideas a la fuerza. Rompe su mente y empieza a interpretar el mundo de una forma totalmente distinta.
En el área de los movimientos manifiesta tics y gestos extraños. Y como rasgo más común, presenta la frialdad afectiva. Inmerso en su mundo delirante, lo demás, el mundo real, no le corresponde y, por tanto, prescinde. El problema es que el enfermo se siente ya incapaz de mantener unas relaciones normales con el mundo exterior y tiende a refugiarse más y más en sí mismo.
Las causas hay que buscarlas en la química del cerebro. Algo falla y produce esa ruptura con la realidad. Pero hay otras teorías muy interesantes, como la de la antipisquiatría que dice que la esquizofrenia se produce porque el enfermo es un ser de una sensibilidad desgraciadamente privilegiada, que asume la locura tremenda del mundo que les rodea.
Debe quedar claro que el esquizofrénico no es peligroso. No tiene por qué serlo. Lo que ocurre es que el enfermo mental crea en los demás una sensación de miedo, simplemente porque no sabemos cuál va ser su reacción. Los rechazamos. Les ponemos muros. Les tememos. Y el enfermo capta ese miedo, ese rechazo. Y puede reaccionar, pero normalmente, no es peligroso.
Es la falta de información y los prejuicios los que crean la estigmatización en torno a la esquizofrenia. Se puede vivir y convivir con la enfermedad. Si un esquizofrénico toma correctamente su medicación, que ya no es esa camisa de fuerza química, que los dejaba atontados, no suele presentar problemas. Lo grave es que el enfermo, que suele ser muy listo, deja de medicarse porque no se cree enfermo y entonces surgen las crisis.
En la mayoría de los casos, puede curarse. Es una enfermedad que transcurre por brotes que remiten. Y que se puede tratar primero en lo somático. Después con laborterapia. Porque así establecen relación con los objetos de su entorno. Y, por último, está la reinserción social. Y aquí sí que la labor de todos es especialmente importante. Habría que empezar porque el enfermo conociera bien su enfermedad. Y porque la conocieran bien sus familiares. Nadie gana nada con aislar a estos pacientes en esos centros que son el símbolo más claro de segregación social.