Es posible que un enfermo visite a más de veinte médicos hasta llegar al diagnóstico de fatiga crónica. Porque no hay nada que demuestre objetivamente que se está malo. No hay más medio de acercarse a la enfermedad que las confesiones del propio paciente. Y por si fuera poco, son síntomas fluctuantes, con lo que en muchos casos, tampoco se puede confirmar una sospecha. Por otra parte, no hay un tratamiento que pueda calificarse de eficaz. Se sabe que afecta tres veces más a la mujer que al varón. El ochenta por ciento de afectados son mujeres de menos de 40 años. Y en muchos casos, tras muy pocos años de evolución, llega a ser invalidante.
Hoy por hoy y gracias a distintos consensos se han llegado a establecer los criterios por los que debe regirse un diagnóstico de esta patología.
Síntomas
Los especialistas han determinado una serie de requisitos para que se pueda hablar con propiedad de síndrome de fatiga crónica:
- Que no mejore con el reposo.
- Que dure al menos 6 meses.
- Que obligue a reducir la actividad de forma notoria.
- Que no haya otra causa que justifique la fatiga.
- Que se cumplan gran parte de los síntomas como agotamiento, dolor muscular, dolor de articulaciones, un poco de fiebre, insomnio, falta de concentración, dolor de cabeza, náuseas...
Las señales de alarma
Según el protocolo del Servicio Catalán de Salud, se pueden enunciar una serie de señales de alarma para la detección precoz de la fatiga crónica.
1. Trastornos de concentración o memoria a corto plazo.
2. Ganglios cervicales o axilares dolorosos.
3. Dolor en varias articulaciones sin artritis.
4. Faringitis.
5. -Dolores musculares.
6. Dolor de cabeza.
7. Sueño no reparador.
8. Malestar de más de 24 horas después de haber realizado algún esfuerzo.
La dificultad de reconocerla
Los síntomas iniciales son compatibles con otros muchos procesos. Sin ningún signo previo de anormalidad, aparece esa fatiga. No hay ganas de trabajar y físicamente se podría sentir como un proceso gripal. Hay cierta fiebre –poca– pero un cansancio claro que obliga a reducir la actividad hasta en un 50%.
El enfermo se siente cansado, pero íntimamente tiene el convencimiento de que “para eso no va a ir al médico”. Porque estar cansado, con nuestro modo de vida, entra dentro de lo lógico y a nadie se le ocurre ir al médico a decirle eso de “doctor, estoy cansado”.
Las causas
Varias son las hipótesis sobre su origen. Parece ser que muchos de los virus que nos atacan en la infancia, quedan luego en nosotros de forma latente y quizá a lo largo de la vida, resurgen para infectar de nuevo. Pues bien, nosotros para aniquilar esos virus segregamos unas sustancias de lucha: las citoquinas. En esa pelea anónima, callada y que se realiza en la intimidad del organismo, estaría la base de la fatiga. Sobre todo porque las citoquinas para nutrirse necesitan proteínas y, según esta teoría, las obtienen precisamente de los músculos. Eso justificaría el cansancio.
También hay quien sostiene que se trata de una infección viral. Un virus desconocido –poco agresivo, por otra parte– sería el causante de esta infección tan indeterminada como desconocida.
Soluciones
No hay muchas porque no se puede ir a la causa real. De todos modos se aconseja ejercicio físico. Si se es amante de algún deporte, reanudar su práctica puede elevar el tono muscular y por tanto, ver el mundo con un poco de optimismo; pero resulta difícil que quien esté cansado permanentemente haga como solución ejercicio físico. De todos modos, forzarse en activar el músculo es muy aconsejable.
Y desde luego, dar al sueño un ritmo correcto. No se trata tanto de dormir más, como de dormir ordenadamente, cumpliendo unos horarios que devuelvan al organismo su descanso y su facultad para despertar con energía.
Ellas la sufren más
Se produce más en la mujer que en el varón, aunque la proporción va descendiendo. Por eso también se relacionó con la depresión, que igualmente afecta mas al sexo femenino.
El sector de población más propenso es el de mujeres de alto nivel sociocultural y que rondan la cuarentena.
No hay más medio diagnóstico que las confesiones del paciente, por lo que se convierte en una afección prácticamente subjetiva.