No somos conscientes de que de un buen sueño depende en buena parte la calidad de vida. Y uno de los problemas más comunes -y a la vez más ignorados- es la apnea. Es una parada respiratoria mientras dormimos. Y una de sus consecuencias es la hipersomnia diurna, es decir un sueño excesivo durante la jornada que impide prácticamente la realización de un trabajo sedentario. Pero como hay una deficiente oxigenación del organismo, la apnea repercute en muchos aspectos. Y por ejemplo, aumenta de manera notable el riesgo de ictus y de cualquier tipo de cáncer.
Hay mucha gente que cree dormir plácidamente; sin embargo en muchos casos ronca. Y ese ronquido puede indicar que realmente padece apneas que son interrupciones de la respiración superiores a los 10 segundos, hasta llegar a totalizar en algunos individuos entre dos y tres horas de inadecuada oxigenación en una sola noche.
Cuando las apneas se repiten o duran mucho tiempo –se dan casos en que la ausencia de respiración puede prolongarse más de los 90 segundos– , la suma del tiempo pasado sin oxigenación puede ser lo suficientemente grande como para generar problemas cardiorrespiratorios, como hipertensión pulmonar y arterial, arritmias, impotencia....
El control de esta enfermedad es también importante en el caso de pacientes con bronquitis crónica o enfisema pulmonar, ya que durante el sueño se registran mayores alteraciones del ritmo respiratorio.
Habría que recomendar un diagnóstico precoz de quien puede padecer apnea. Y hay dos síntomas que si no son definitivos sí son alertadores: roncar y, sobre todo, padecer mucho sueño durante el día. Como la parada respiratoria se prolonga, la reacción inmediata es un ronquido grande, como un bocado al aire para reponer y compensar esa falta de oxigenación. Ese bocado al aire se da, precisamente roncando. El segundo gran síntoma es la hipersomnia diurna. Basta sentarse a leer el periódico, a leer un libro o a ver la tele, para que el sueño llegue.
Tiene solución y no difícil. Lo importante es llegar al diagnóstico exacto, lo que, tras la sospecha, puede hacerse en un laboratorio de sueño. Los factores predisponentes son la obesidad, el consumo de tabaco y de alcohol. La administración de hipnóticos para dormir favorece también la aparición de las apneas.
El tratamiento más eficaz es la aplicación de una presión positiva continua por vía aérea a través de una mascarilla nasal. El paciente experimenta tan pronto el bienestar que supone una noche de descanso auténtico, que se olvida de la incomodidad de la mascarilla. Su calidad de vida se ve tan mejorada que puede decirse que empieza a ver el mundo de otra forma.
Perfil: hombre, roncador y con exceso de peso
Las personas con apnea de sueño suelen ser, en su inmensa mayoría, hombres, todos ellos grandes roncadores y con tendencia al exceso de peso. Duermen, pero las apneas les impiden descansar. El cerebro, precisamente por esas paradas respiratorias, no se oxigena lo suficiente.
Se pueden producir hasta 400 o 500 paradas respiratorias cada noche. Eso supone un alertamiento incompleto, de manera que están cerca del despertar sin llegar a ello, con lo que no tienen conciencia de haber despertado. Pero tampoco de haber dormido. Ni duermen, ni están despiertos. La falta de oxigenación y la baja calidad de su sueño hace que se levanten cansados, malhumorados, sin ganas de emprender el trabajo de un nuevo día. A esta sensación de fatiga se suma el desconcierto de no saber por qué uno se ha levantado así, habiéndose acostado a una hora prudente. El perjudicado no obtiene respuesta. Solo quien duerme con él puede saber algo de lo ocurrido. Y no solo porque observa cómo ronca, sino porque hay un ronquido especial –el del final de la apnea– en donde parece querer recuperarse la respiración perdida, con una inspiración fuerte y grande, con un ronquido mayor.
Se calcula que en España padecen apneas de sueño más de un millón de personas. Y de ellos solo una pequeñísima parte conoce el problema y trata de ponerle remedio.