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Una gamba nos enseñó el equilibrio
Ramón Sánchez-OcañaMiércoles 11 de diciembre de 2019
2 minutos
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Miércoles 11 de diciembre de 2019
2 minutos
Cuando otorgaron el Premio Nobel a los doctores O’Keefe y al matrimonio húngaro Moser por haber descubierto la capacidad del ser humano para orientarse -hallar el GPS del cerebro- supimos que la base elemental de la orientación era el equilibrio.
Sin equilibrio no podríamos orientarnos porque no seríamos capaces de conocer nuestra propia postura. Por eso, parece muy curioso -y muy interesante- saber cómo ha evolucionado nuestro sentido del equilibrio. Porque puede considerarse realmente un sentido para añadir a los cinco tradicionales.
Los animales inferiores tuvieron que dotarse del reconocimiento de posición como primera medida para alimentarse. Y parece que el primer antecedente se encuentra en un camarón del Báltico, que es un ejemplo de ingenio natural. Tiene un pequeño cubículo en su diminuto cuerpo, en el que, con sus pinzas, se introduce una pequeña piedra. A partir de ese momento, es la fuerza de la gravedad la que le indica cuál es su posición.
Claro, el problema grave se planteaba cada vez que el camarón tenia que mudar su cáscara. Andaba desorientado hasta que volvía a encontrar otra piedra que le informaba de dónde estaba el suelo.
El paso siguiente fue cerrar aquel cubículo -estatocisto- para que la piedra no se perdiera. Y fue lo que hizo la medusa Obelia. En los animales superiores, las cosas se fueron complicando, aunque los principios básicos eran los mismos. Pero en vez de introducirnos piedrecitas, las fabricamos a base de sales. Luego, todo se hace mucho más complejo, porque no nos basta tener idea de gravedad, sino información postural y orientación espacial en todas direcciones.
La evolución fue poniéndonos cilios en el oído y así sabemos cuál es nuestra postura (Y si cambiamos muy rápidamente, llega el mareo).
Pero todo empezó con un humilde camarón.