A veces, al tragar con la comida más aire del debido, se amplía la cámara de gas del estómago. Es cuando aparecen trastornos y molestias que están presididas por una opresión especial. Suelen surgir entonces temores por que tiene una localización difusa y se notan más en el tórax que en el abdomen. Casi siempre se piensa en algo cardiaco.
Lo normal es que todos tengamos en nuestro aparato digestivo una cierta cantidad de aire para equilibrar la presión dentro del abdomen. En los niños, como tragan más aire por el biberón, aparece esa incomodidad que tan bien conocen las madres. 'Echar el aire' se convierte durante una temporada en una especie de rito. Si no lo expulsa, el niño encogerá las piernas, lloriqueará, estará nervioso e incomodo. Y basta que expulse ese aire, que normalmente va acompañado de un poco de leche, para que el niño se quede tranquilo y plácidamente dormido.
En un momento determinado, porque hay una excesiva ingestión de aire, esa presión dentro del abdomen aumenta. Imaginemos que esa cámara de aire que tenemos es como un globo. Si se hincha de más, es lógico que presione las paredes laterales y por tanto, todos los órganos adyacentes van a notar ese aumento de presión. El primer síntoma, además, va a ser en el tórax y va a llegar algo que asusta: una ligera presión en el pecho que vamos a traducir con un nombre usual: presión precordial. Incomodidad y sobre todo, miedo; porque suele pensarse siempre en lo peor ante eso que no es dolor, sino algo mucho más difuso, que oprime, como si no hubiera espacio suficiente para hacer una inspiración profunda. Quizá es que se está en el límite de capacidad y hace falta un poquito más para que se produzca el eructo, que no es otra cosa que la apertura de la válvula para equilibrar las presiones,
Si no hay ninguna alteración que, naturalmente nos habría llevado ante el especialista, debemos pensar que la aerofagia se debe a una especial personalidad. Gentes nerviosas o gentes que comen muy deprisa o que mastican poco.
Por qué se produce
En la mayoría de los casos se trata de la mala costumbre al beber o al comer de tragar aire. Parece deberse más a un hábito o a una personalidad que a una causa concreta. Otras veces puede surgir por alteraciones físicas que facilitan esa deglución de aire; y entre ellas se citan el síndrome del colon irritable y la hernia hiatal.
Un detalle a considerar es que para que se produzca realmente la aerofagia con todos sus trastornos, no es preciso que el aire llegue al estómago. En muchas ocasiones queda en el esófago dando sensación de plenitud e incomodidad, que se alivia con el eructo. Parece ser que sólo los mamíferos tenemos disociados los reflejos de deglución y de respiración. , entonces, como recoge el profesor Moreno, cuando por causas congénitas, psicógenas o de la índole que sea, vuelven otra vez a unirse estos dos reflejos se produce en la deglución el paso del aire de la respiración al estómago. Sea cual sea la causa, quien la padece se siente inflado, con sensación de flatulencia, con ganas de eructar, digestión pesada.
Masticamos poco
Ese es uno de los problemas. Y hay que tener en cuenta que lo que no haga la dentadura tiene que hacerlo el aparato digestivo. Si masticáramos más, primero se reduciría el hambre y la ansiedad; y en segundo lugar, además de menos gases, facilitaríamos al aparato digestivo su trabajo más duro.
Los animales inferiores no tienen ese problema porque respirar y deglutir son dos funciones que marchan de forma paralela. Pero en los superiores puede haber una disociación y el aire de la respiración puede pasar al aparato digestivo, puede ser tragado por otra vía. Y normalmente produce ruidos. Es verdad que nuestro tubo digestivo suena siempre, pero no lo oímos. Si pusiéramos un fonendoscopio en el abdomen oiríamos la turbulencia de los alimentos atravesando el intestino. Pero hay veces –porque hay gases– que suenan y se oye con bastante escándalo. Son lo que se llaman borborigmos.
Ocho litros de aire
Diariamente entran en nuestro aparato digestivo entre 7 y 10 litros de aire. Ocho, por termino medio. La mayor parte es nitrógeno (70 por 100), oxígeno (10 por 100) y anhídrido carbónico (8 por 100). Proviene, casi todo, de la deglución durante la comida. Otro porcentaje puede deberse a la fermentación de lo que comemos. Hay una serie de alimentos que por su especial composición cuando se ven atacados en la digestión desprenden gases. Legumbres y algunas verduras, por ejemplo.