Alguien dijo que la soledad existe sobre todo por el miedo que tenemos a vivirla. Los mayores sabemos que hasta hace muy poco siempre teníamos a alguien al lado para gobernar o ser gobernado, dirigir o ser dirigido; alguien que orienta o manda o a quien debes orientar o mandar. Hasta el reloj imponía su pequeña dictadura de hacer las cosas a su tiempo. Y ahora ni siquiera el reloj impone su criterio. Pero ya no. Y eso le deja a uno solo.
La soledad existe, qué duda cabe. Pero podemos desprendernos de ella si llegamos al convencimiento de que no estamos solos del todo, porque estamos con nosotros mismos. Y eso permite un diálogo permanente, aunque sea en silencio.
Luchar
Hay que luchar contra esa idea de la soledad, porque aunque seamos muchos solos, aunque seamos muchos unos, siempre podemos sumar de alguna forma para ser más, hasta llegar a ser el grupo que queramos, o la multitud callada que deseemos. Estamos con nosotros mismos, que es una compañía que conocemos bien, y establecido el diálogo, podemos jugar al recuerdo, a la añoranza, al proyecto, al futuro o al pasado.
Un proceso
Es curioso cómo el individuo cuando llega a esa edad en que el entorno empieza a serle ajeno, se aísla. Y al aislarse se siente solo. Y al verse solo, se siente viejo. Ese es el proceso. Son muchos los que piensan que uno se hace viejo y que por tanto está aislado y solo. No es así. Es justo al revés. Primero uno se aísla, después se viste de soledad y es entonces cuando irremediablemente se ve y se siente viejo. Y conviene saber que hay estudios objetivos que señalan que es precisamente la soledad uno de los mayores riesgos de desarrollar una demencia.
Vigilar el oído
Uno de los síntomas más claros del paso de los años es la pérdida de oído. Vamos perdiendo sensibilidad y el ambiente ruidoso a que estamos sometidos pasa su factura. Y el ruido mata el oído.
Hay tonos que no se entienden y que suelen ser los infantiles o los femeninos; es decir, los agudos. Es cuando se dice eso de "estos de la tele pronuncian cada vez peor”. O como ocurre en otras ocasiones que el mayor comenta: "No, si yo oigo bien; pero lo que ocurre es que a Fulanita no le entiendo nada. No se qué hace que no la entiendo bien, especialmente al final de las palabras".
No solemos darnos cuenta de que oímos más las vocales. Hay que tenerlo en cuenta, porque ante quien ha perdido oído adoptamos la solución casi inútil de elevar el tono y de casi gritarles. Y no es eso lo que hace falta, sino simplemente VO-CA-LI-ZAR bien, haciendo especial intención en las consonantes.
Lo más grave es que el que no oye, SE AISLA, no participa del grupo social. Y ese es quizá el mayor riesgo, porque quien no oye, padece con mucha mayor rapidez un deterioro mental importante, en un periodo mucho más corto que los que oyen bien de su misma edad. De hecho, neurólogos norteamericanos estudian la conexión entre la pérdida auditiva y el declive mental. Y aconsejan que los mayores deben tomarse el problema de la audición muy en serio.