Debemos saber que aproximadamente la mitad de los hipertensos no están diagnosticados y solo la mitad de los diagnosticados están teóricamente bien tratados. De ellos, solo la mitad están correctamente controlados. Entre otras cosas, porque el paciente que no advierte síntomas de ningún tipo incumple el tratamiento impuesto por el médico, o al cabo del tiempo lo abandona.
A la hipertensión se la ha llamado el enemigo silencioso; no avisa, no da síntomas pero el 35% de las muertes por enfermedades del aparato circulatorio en hombres y el 47% en las mujeres, entre los 20 y los 69 años, pueden atribuirse a la hipertensión arterial.
Hasta los 40-50 años hay más hipertensión en los varones; durante los diez años siguientes se mantienen unas curvas similares entre los dos sexos; pero a partir de los 50-55 aparece una prevalencia mucho más elevada entre las mujeres que llega prácticamente a duplicar a la de los hombres. Las razones, sin duda, estriban en que les falta el factor protector de los estrógenos, debido a la menopausia.
La prevalencia de hipertensión en sociedades primitivas con escaso consumo de sal es muy baja. Tradicionalmente, una de las primeras recomendaciones para el hipertenso es eliminar la sal. Y aunque hay un porcentaje de individuos que podríamos calificar de 'sal-resistentes' puede decirse que para la gran mayoría de la población reducir la ingesta de sal es una medida beneficiosa.
También se ha constatado que sustituir productos animales por productos vegetales reduce notablemente la presión arterial.
El alcohol es un determinante de los niveles de presión arterial. En grandes bebedores, la prevalencia de hipertensión se triplica, y esta relación se da tanto en varones como en mujeres, independientemente de edad, consumo de tabaco, ejercicio, consumo de café o personalidad.
También está perfectamente establecida la asociación de la hipertensión con la obesidad, aunque no todos los obesos tengan cifras de tensión elevada.
En relación a la actividad física, debe decirse que los deportes ligeros no modifican el riesgo de hipertensión, aunque se ha demostrado que los deportes de intensidad moderada reducen el ese riesgo.
Al tratarse de una afección crónica que debe controlarse toda la vida, el abandono del tratamiento y el incumplimiento terapéutico son los mayores problemas para llevar a cabo ese control efectivo.
La hipertensión es, junto con el colesterol elevado y el tabaquismo, uno de los principales factores de riesgo de la cardiopatía isquémica y el principal factor de riesgo de los accidentes vasculares cerebrales.
El excesivo calor –si llega una de esas olas veraniegas– puede tener notables repercusiones sobre la salud de los ciudadanos. Los médicos de familia avisan, por ejemplo, de que las situaciones de mayor riesgo se viven si se alcanzan temperaturas superiores a los 36 grados mantenidas durante varios días seguidos; si hay alta humedad en el ambiente, que produce una sensación continua de piel mojada; si hay escaso viento que dificulta la ventilación; si se habita en vivienda muy calurosa situada en pisos altos y que tienen dificultades para su ventilación o que no disponen de aire acondicionado; si se realiza ejercicio físico o trabajos pesados durante muchas horas en un ambiente de excesivo calor.
El calor no afecta a todos los hipertensos en igual medida. Y por eso los especialistas quieren llamar la atención de quienes tienen la tensión alta. Y sobre todo si son personas mayores, dos circunstancias que suelen ir de la mano, ya que cerca del 70% de los mayores de 60 años son hipertensos. Porque las personas mayores tienen el mecanismo de regulación de sudoración deteriorado. Si además es hipertenso es muy probable que presente problemas cardiacos, renales y de vascularidad asociados, por lo que la dificultad para deshacerse del calor se ve aumentada. Como además se debe estar medicando (y se suelen incluir diuréticos), los hipertensos deben tomar líquidos con frecuencia cuando el calor es grande, porque a la pérdida de agua que se produce por la sudoración, hay que añadir la que se origina por la diuresis que provocan los fármacos.
Y no tomar alcohol, porque actúa sobre la hormona antidiurética a nivel cerebral e impide su actividad, de manera que se orina más.