Los trastornos del sueño se han convertido en uno de los problemas más frecuentes. Y precisamente por su incidencia en la calidad de vida puede considerarse como relevante para la salud pública. Porque no se trata solo de la percepción subjetiva de malestar, sino que influye en muchas otras áreas.
Y es verdad que son muchas las posibles alteraciones del sueño. La apnea, (paradas respiratorias que no permiten un descanso real); la hipersomnia (al no dormir bien por la noche, el día se pasa sufriendo un sueño insoportable); o el sonambulismo (andar dormido, ser una cabeza dormida con un cuerpo despierto). Pero de todas ellas el insomnio es la más frecuente, la que más preocupa y la que más repercute en nuestro entorno social y laboral. Puede presentar tres variantes muy claras: el individuo pretende dormir pero el sueño no llega. Trata por todos los medios de dormirse, pero no lo logra. Entonces piensa y piensa; y es cuando empieza a oír sus propios latidos. Generalmente surgen preocupaciones que estuvieron soterradas durante el día. Las desecha. Trata de llamar el sueño a voces, pero esas mismas voces no le dejan dormir.
También es frecuente una alteración de sueño interrumpido. Se duerme la primera etapa de la noche. Después se despierta y es cuando ya resulta difícil volver a conciliarlo. Suele ser este un insomnio penoso, porque en plena noche es cuando se imaginan las cosas más negras que se puedan dar. Hay como una proyección vital negativa. Si hay alguien de viaje surge la preocupación. Si hay algún problema de salud, se pone uno en lo peor...
Y por último está ese déficit de sueño que se produce cuando se despierta excesivamente temprano y ya no se puede volver a dormir. Se dan vueltas, se mira el reloj, se sabe que aún falta mucho para que el despertador suene, que se podría aprovechar para prolongar un poco más el descanso; pero no es posible.
Son las tres alteraciones que más se padecen. Y algo que deberíamos tener en cuenta es que el insomnio o la alteración del sueño no es una enfermedad en sí. Es un indicador. Algo pasa que impide dormir. Y no olvidemos lo que muchos especialistas dicen: nuestra forma de dormir no es más que un reflejo de nuestra forma de vivir.
Todas las personas admiten como pauta ideal dormir lo suficiente. ¿Pero cómo se marca esa suficiencia? ¿Es lo mismo para el dormilón que para el que tradicionalmente duerme poco? La verdad es que si se hiciera la pregunta al público de cuánto debemos dormir la mayoría nos diría que ocho horas. Y sin embargo muy pocos adultos logran dormirlas.
Cada uno y es una primera afirmación que debe tenerse en cuenta, tiene sus necesidades. Se debe dormir con regularidad, pero siempre dentro de una flexibilidad. No ocurre nada si hay altibajos. Y hay cosas que se deben tener en cuenta: por ejemplo, que basta que a uno le preocupe la escasez de sueño para que surja el problema. Lo primero que debe hacerse es localizar la causa.
Las personas mayores deben saber que el sueño cambia. Son muchos los que a partir de cierta edad confiesan que su sueño no es bueno. Y no es que sea malo: es que es distinto. Es fragmentado. No se duerme de noche, pero está la cabezada después de comer.
A partir de cierta hora deberíamos ponernos nosotros también en el crepúsculo. O dicho de otra forma, bajar el volumen de nuestro cerebro. Y antes de acudir a pastillas, consultar. Hay una higiene del sueño que puede ser muy útil.