Mucho se habla ahora de la ansiada vacuna para el coronavirus. Y esperemos que pronto podamos disponer de ella. Nos parece buen momento para recordar la hermosa historia de la vacuna. Hoy, ninguna relación tiene su nombre con las vacas. Pero en su origen, sí
Todo empezó en Berkeley, Inglaterra, en 1796. Alli vivía el Dr. Edward Jenner. En todos los ámbitos se extendía la viruela, y más, en el campo. Sin embargo, había un sector de población cuyo rostro lozano nunca se picaba. Eran las vaqueras. Quizá por eso les cantaban aquello de “Moza tan fermosa non vi en la frontera, como la vaquera de la Finojosa". Había por entonces una enfermedad muy común en la vacas. En las ubres de los animales aparecían unas pequeñas pústulas que se contagiaban después a vaqueras y granjeros. Lo extraordinario, y que llamó la atención al Dr. Jenner es que quien se contagiaba de la enfermedad vacuna, no padecía la viruela. Las mozas de las manos destrozadas, lucían un rostro limpio. Incluso se puso de moda la costumbre de tocar a las vacas enfermas para contagiarse de la enfermedad vacuna y asi protegerse contra la viruela. Se creyó que era una superstición. Pero el Dr. Jenner aplicó su mentalidad científica. Aquello no tenía explicación, pero lo cierto era que los que se contagiaban de la vaca, no tenían la viruela.
El Dr. Jenner se decidió a demostrarlo. Un muchacho, James Phips, se prestó al experimento. Primero, le contagio la enfermedad vacuna que padecía la granjera Sara Nelmes. Unos días después, alli donde el doctor le había hecho la incisión, apareció una pústula, y luego quedó una pequeña cicatriz. La primera parte del experimento había concluido. Faltaba la segunda. La más arriesgada. Tenia preparada linfa de viruela humana que había extraído de una enferma. Descubrió el brazo de James y, sin dudarlo, le puso sobre la incisión recién hecha, linfa de la viruela humana.
Edward Jenner
La espera fue más que tensa. Todos los días, el buen doctor Jenner preguntaba a James Phips qué tal estaba. La respuesta era siempre optimista: estaba bien. En la zona en donde le había inoculado viruela, no apareció más que una pequeña inflamación. Ni una mancha. Ni una pústula. Para Edward Jenner, la experiencia estaba clara. Y la conclusión categórica: la enfermedad de las vacas, la vacuna, había protegido a James Phips de la viruela.
Muchos años después, Louis Pasteur, que no era médico, investigaba sobre gérmenes patógenos, estaba trabajando sobre los efectos del cólera en las gallinas. Era un cólera de una virulencia tan notable que rara era la gallina que no moría a las veinticuatro horas de habérselo inoculado. Rutinariamente, una mañana, Pasteur inoculó un cultivo a unas cuantas aves. Y al día siguiente pudo comprobar que las gallinas habían enfermado, sí. pero levemente.
"¡Qué raro!", debió de pensar Pasteur. Buscó el cultivo que les había inyectado y era totalmente normal. Sólo que llevaba ya alguna semana preparado. Preparó un nuevo cultivo, con toda la fuerza del vibrión colérico. Se lo inoculó a las gallinas... ¡y comprobó que no enfermaron! Pasteur dedujo inmediatamente que los gérmenes del primer cultivo, debilitados por el paso del tiempo, habían inmunizado a las gallinas contra el cólera. Había nacido, científicamente, la inmunización.
Y Pasteur reconoció su deuda filosófica con Jenner. Por eso llamó, a su sistema, que nada tiene que ver con las vacas, vacunación. Pasteur descubrió que si se proporciona una muestra debilitada de algún germen, nuestro organismo es capaz de desarrollar unos anticuerpos, unas defensas, suficientes como para luchar contra él, si de nuevo sufre su ataque.
Y este es el fundamento de las vacunas: proporcionar al organismo una muestra del agente agresor, para que éste vaya fabricando sus defensas, de manera que cuando el agente real quiera agredir, se encuentre con que el organismo ya tiene preparada su estrategia.
La vacuna además, no sólo protege al que esta vacunado, sino que si hay mucha gente inmunizada, se rompe la cadena de transmisión de la infección. Si hay una inmunización colectiva, se puede eliminar alguno de esos azotes históricos.
Hoy, aquella viruela que tantas horas de estudio le llevo al doctor Jenner, está oficialmente eliminada del planeta Tierra. Y enfermedades que fueron un azote en determinados años, están hoy, gracias a las vacunas, en vías de extinción. Esperemos contar pronto con la que nos permitirá recuperar nuestra vida normal.