Así se puede definir el riñón: un filtro excepcional. Y su labor no solo es de filtro, sino que también depura y regula la composición y los elementos que intervienen en el organismo. Es el riñón el que marca los topes de las distintas sustancias: agua, sodio, cloro, potasio, fósforo. También actúa como si fuera el indicador de gasolina de un coche: avisa cuando no hay y establece el ritmo de obtención de más combustible. En otras palabras, gracias a los riñones regulamos el combustible que debe tener el líquido extracelular para que las células estén cómodas y puedan trabajar a pleno rendimiento.
Además es nuestra válvula de seguridad. Los líquidos, las sales y el nivel de sangre se mantienen dentro de los límites aceptables gracias a la función renal. El primer trabajo de los riñones es mantener la composición de la sangre sin alteraciones y lograr que los líquidos que están entre las células, se mantengan también con un determinado grado de acidez, sin que de pronto suba el amoniaco, la urea o el potasio. También es parte del proceso de desintoxicación al formar ese aparato excretor que nos libera de las sustancias que pueden alterar el buen funcionamiento: desde las hormonas que ya han cumplido su misión, hasta los fármacos que nos prescriben.
Pero hacia los 50 o 60 años, el riñón comienza a perder eficacia. Los filtros, con la edad, se van afectando, especialmente si les hemos hecho trabajar demasiado, a mayor presión de la deseable, forzándoles en exceso a eliminar multitud de sustancias, o endulzando sus paredes con glucosa elevada.
Y de ahí que la insuficiencia renal sea ya un problema de salud pública. Porque lo que no suele divulgarse es que el riñón también es el guardián del corazón. Y vigilando su función se evitan daños cardiovasculares que cuando aparecen son ya problemas muy serios.
Por ello, por esa insuficiencia, están en tratamiento con diálisis o trasplante renal más de 50.000 personas en España. Y esa cifra crecerá al menos en el 50% en los próximos diez años, debido al envejecimiento progresivo de la población y al aumento en la prevalencia de otros procesos crónicos como la diabetes
En la actualidad hay miles de personas sometidas a diálisis y cada año unas 6.000 más entran en este proceso. Y recordemos algo importante: de cada 4 pacientes con insuficiencia renal crónica, solo 1 padece problema del riñón propiamente dicho: dos llegan al fallo renal por diabetes y el cuarto por el deterioro de la hipertensión arterial y la enfermedad vascular que acompaña a la arteriosclerosis.
Y cuando el riñón falla, hay que limpiar periódicamente la sangre de los productos de desecho del organismo. Por ejemplo, con la hemodiálisis, o riñón artificial, que no es otra cosa que una máquina por la que se hace pasar la sangre, para limpiarla a través de una membrana semipermeable. Esta membrana separa a la sangre de un líquido (líquido de diálisis), muy parecido al suero sanguíneo, que tiene sales como el sodio, potasio, calcio, magnesio, bicarbonato, glucosa, etc. en concentración “ideal”. La sangre al pasar por el dializador, por ósmosis , cede al líquido de diálisis las impurezas acumuladas en la sangre (urea, creatinina, fosfatos, ácidos orgánicos, etc.) y equilibra el contenido de las otras sales (normaliza el sodio, potasio, etc. acumulados por la comida). De igual manera, aplicando presiones hidrostáticas al líquido de diálisis, se consigue extraer el agua acumulada en el organismo.
La diálisis peritoneal se diferencia en que en vez de hacer pasar la sangre por la máquina, se utiliza la membrana del peritoneo del propio paciente, es decir, la membrana que protege las vísceras. En otras palabras: se inyecta en el abdomen del paciente la solución de diálisis, y a través del peritoneo, se intercambian los líquidos. El limpio va pasando a la sangre a la vez que los desechos van quedando en el líquido inyectado. Cada cierto tiempo hay que retirar esa solución de depuración, que sería como la orina, y poner otra limpia.